El activo más grande con el que cuenta un gobierno es la esperanza. Le da plafón, le da autoridad. Con esperanza se vive, sin esperanza se sobrevive. Eso le pasó al gobierno anterior, generó un agotamiento y perdió la capacidad de recrear esperanza, Milei la recrea. Para determinar si es así los encuestadores hacen una pregunta medular ¿crees que vas a estar mejor con este gobierno? Por ahora, en el mes catorce de gestión, a Milei le da bien. Cuando se da el episodio de Davos, ¿al Presidente lo afecta en su imagen pública? Cuándo se equivoca, ¿se le va vaciando el tanque, pierde puntos? La respuesta es, por ahora no.
Una frase mal dicha, según los sociólogos, produce un impacto emocional negativo pero no conductual. El núcleo duro aprueba todo sin beneficio de inventario, pero ¿qué pasa con los votantes más blandos, los del ballotage, por ejemplo, que fueron decisivos para ganarle a Massa? Esos se pueden sentir incómodos con una frase, una declaración como la de Davos, son a los que les hace ruido la insistencia con poner a Lijo en la Corte por ejemplo, y se preguntan, ¿no es que un miembro de la Corte debe ser intachable? Bien, esos votantes se sienten con eso y con otras cuestiones institucionales profundamente incómodos, pero, todavía, eso no se va a traducir en un voto en contra. Emoción negativa no implica, aún, conducta de rechazo. Más cuando en frente, la única opción sigue siendo el tren fantasma. Y hay otro elemente determinante, hay algo que mata la emoción displacentera, tiene que ver con una historia traumática que es la economía, más precisamente la inflación. Y el que controla la economía en la Argentina, gana.
En ese terreno el gobierno tiene todas las de ganar: muestra una inflación a la baja, estabilidad cambiaria, reducción sostenida del déficit y desregulaciones por doquier. Pero esa cara virtuosa, la que mejor prensa tiene en el mundo, quedo perdida entre tanta munición gruesa. Las dos pifiadas que despertaron a toda la oposición justamente no fueron por temas económicos, sino por cuestiones culturales ampliamente incorporadas y aceptadas por la sociedad. Pasó con la educación y pasó ahora, donde en plan de guerra contra la cultura woke, que atrasa, Milei retrocedió cien años, fue mas trumpista que Trump. Mezcló parejas gays con adopciones y eso con los abusos, ¿quién le escribe esas cosas? Se ve la mano de sus escribas, Nicolás Marquez y Agustin Laje, presidente de la reciente Fundación Faro, dos cavernícolas que recuerdan a la secta Tradición, Familia y Propiedad.
Milei, después de meter la pata en Davos, quiso poner la marcha atrás con el viejo recurso de decir que no había dicho lo que dijo. Que lo editaron maliciosamente, que le hicieron una cama. Argumentos tan flojos que cualquiera puede saber la verdad con solo entrar a You Tube y escuchar el discurso. El viejo dicho del barrio: no aclares que oscurece. Lo hubiera arreglado muy fácil, reconociendo el error, pidiendo disculpas y una declaración tan corta como potente: el matrimonio igualitario no se toca. Y la cosa habría parado allí. Se sabía, a una provocación no le sigue el silencio. Milei volvió el tiempo atrás y recargado, la Argentina otra vez con el pasado por delante. El gobierno juega con fuego. En lo económico la sociedad apoya la firme voluntad de reponer la racionalidad económica. Pero pierde el eje cuando se sobregira y se vuelve reaccionario en lo cultural. Se encierra en su eco de fanáticos locales o de burbuja anti woke global, galvaniza la tropa propia, los guapos de twitter. Pero corre el riesgo de perder la escucha popular que lo llevó al poder. Las dos marchas durante su gestión no fueron por la economía a pesar del brutal ajuste realizado. Fueron temas que están incorporados y cruzan a toda la sociedad. El aprovechamiento político de la oposición era de manual. Juega a su favor que el kirchnerismo, la izquierda, han politizado tanto las demandas de muchos que las terminaron convirtiendo en banderas de pocos. Volvemos al principio, ¿Qué precio pagará por esto? Todas las encuestas indican que por ahora ninguno. Y todo indica que ganará con facilidad las elecciones de medio término, pero en el largo plazo siempre aparece una alternativa política, las hegemonías no duran para siempre.