Estudio de Fox Sport, programa de automovilismo. El ganador de una carrera explica como a través de una picardía ganó su serie. No fue porque tenía el mejor auto, el motor más veloz, la mejor conducción, ganó por una avivada. Y concluye “el automovilismo es para los vivos”. Estalla la tribuna. El actor Roly Serrano cuenta que durante el rodaje de la película sobre Maradona, donde tuvo que estar un par de meses en Suecia, se aburrió porque allí todo era muy ordenado, todo funcionaba, las cosas, los horarios y concluyó que “extrañaba los piquetes, el caos” de Argentina. Dos expresiones de un modelo cultural.
Debajo de los escombros económicos que dejó el kirchnerismo, quedó un legado cultural de profunda degradación ética, de deterioro institucional y cultural. Después de cuatro gobiernos kirchneristas, ha permeado en amplios estamentos sociales la meritocracia como una falacia, la idoneidad como un valor prescindible, el sentido del deber y la responsabilidad como anacronismos y rémoras de una sociedad conservadora, al igual que la ejemplaridad. Se impuso desde los más alto del Estado un modelo que combinó corrupción con ineficiencia. Todo detrás de un relato falso.
Un modelo que naturalizó la doble moral, y elevó la ley del menor esfuerzo a dogma. Devaluó la cultura del trabajo, del estudio, del esfuerzo, del mérito e igualó en todos los sentidos hacia abajo. Alimentó un sistema en el que la avivada y el oportunismo cotizaban más que el conocimiento, el estudio y la solvencia moral. Desarrollaron una cultura política que naturalizó el engaño Bajo determinadas premisas como el “Estado presente”, hicieron alarde de una impostura ideológica que en el discurso habla de igualdad e inclusión mientras abusaron de los hechos estando en el poder. El peor legado que excede el descalabro económico que dejaron alcanza la dimensión de catástrofe moral. Bastardearon todas las causas nobles, entre ellas la educación.
El virus de la demagogia, del facilismo, colonizaron gran parte de la sociedad argentina. La educación no salió indemne de esa pandemia. Se extraviaron las nociones de esfuerzo, exigencia, merito. Basta con pasar la lupa por el uútimo año de secundario. A diferencia de lo que ocurre en los países del mundo a los que les va mejor, donde el último año es una instancia critica con exámenes muy difíciles, que determinan las oportunidades en el mundo universitario, acá se consolidó el último año de secundario, como un año festivo. El pensamiento y la energía de los egresados no está puesta en el estudio y en el rendimiento académico, sino en un ritual que comienza con el UPD, el último primer día. Después sigue el calendario festivo hasta el viaje de estudio, pasando por la despedida de los de 4to, las noches temáticas, etc, etc. Puede resultar colorido, pintoresco, pero refleja parte de la decadencia que parece no encontrar piso. Es un modelo que no existe en casi ningún país. Pero si a eso le faltaba algo, la inventiva argenta prohibió la repitencia, ya no se llevan materias a diciembre o marzo, sino que se refuerzan solo aquellos contenidos en que, digamos, están “flojos”.
En noviembre el año ya está liquidado y solo van días salteados aquellos que requieran algún “refuerzo”. Y hablamos de los que llegan al final del secundario, que en la Argentina solo lo completan cuatro de cada diez. Con la falacia de la inclusión se despilfarraron recursos en crear universidades que solo tuvieron un objetivo político, como la Universidad de las Madres en la que no hubo hasta la fecha un solo egresado. Otras sirvieron como cajas políticas que financiaron desde el robo a películas que ni llegaron a estrenarse. Aquí se demonizó el examen de ingreso y se inculcó la idea que ampliaba derechos e inclusión. En el año 2015, en una muestra mas de demagogia populista, el Congreso aprobó una ley que prohíbe a las universidades tomar examen de ingreso o cursos de admisión. Pero ¿qué pasa en otras latitudes?, veamos: en Francia los alumnos deben pasar por el Bac, un examen final de todas las materias, escrito y oral, tan difícil que los resultados se publican hasta en los diarios. Es obligatorio para ingresar a la universidad. En Italia es bastante similar. En EEUU la preparación para la universidad es el gran tema. Los estudiantes comienzan a construir su perfil curricular desde el primer año de secundaria.
En Brasil los estudiantes secundarios deben rendir el ENEM. El puntaje de esa prueba determina el ingreso a la universidad. Fue establecido durante el gobierno de Fernando Henrique, a Lula ni se le ocurrió sacarlo. Algo parecido sucede en Chile, donde a Boric no se lo ocurrió sacar el PAES (Prueba de Acceso a la Educación Superior). No se trata de hacer un listado de distintos modelos educativos, sino que, lo que revelan esas referencias, es que la Argentina ha seguido el camino inverso. Llegan a las facultades generaciones de jóvenes sin preparación, sin metodología de estudio, en las antípodas de lo que significa el esfuerzo, la exigencia, la disciplina. Esto explica el alto nivel de deserción y fracaso en el primer año. Y explica el bajo nivel de graduados. En cualquiera de los países mencionas, la exigencia no es de derecha ni de izquierda. Argentina abandonó el camino que siguen la mayoría de los países del mundo en una cuestión esencial: la formación de sus nuevas generaciones.
¿Se puede forjar un destino sin exigencias y sin esfuerzo? El que lo encare seguramente pague el costo de ser antipático y de navegar contra la corriente del facilismo impuesto. El recordado Tomás Bulat dijo “cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema, el saber rompe las cadenas de la esclavitud”. La educación, otra hipoteca que nos legó el populismo.