Como pasa siempre con las mentiras, tarde o temprano se desvanecen. El kirchnerismo siempre fue una mentira muy bien contada. La coalición creada solo para ganar la elección y garantizar la impunidad de Cristina se desvanece y enfrenta hacia los meses que faltan los momentos de mayor zozobra. Esa debilidad política creciente encuentra su medida en varios sistemas métricos. Ya no hay relato que pueda enmascarar una realidad con efectos cada vez más devastadores: inflación desbocada, cortes de luz, inseguridad, narcotráfico, entre otras cosas. Un clima social cada vez más saturado en un país toxico.
Hartazgo, cansancio moral, falta de futuro son los parámetros que definen a la sociedad. Una crisis que se extiende en el espacio y en el tiempo. Llagado por necesidades insatisfechas y desigualdades extremas, se fue forjando en el cuerpo social un clima de crispación, desencanto y frustración que ya no se circunscribe solo al conurbano y parte de algunos barrios porteños, cuyo emergente más visible fueron en estos días los cortes de luz.
Ante esta realidad, y ante una incertidumbre económica que mete miedo el gobierno no deja de repetir shows que no engañan a nadie ni llevan a ningún lado. Massa prometió mucho y consiguió poco, a tal punto que podría considerarse un “triunfo” si su gestión logra “estabilizar” la economía en un 100% de inflación. Para calmar las aguas y demostrar que “hacen algo”, a Massa se le ocurrió intervenir la empresa de energía. Alberto se enteró por los diarios, Ferraresi, el intendente de Avellaneda que se fue del gobierno sellando su fracaso y que tiene dificultades para usar bien los tiempos de los verbos, es el interventor, el mismo que confesó “Massa asumió un día antes de que nos vayáramos (sic) en helicóptero”.
El capital social y político con que el kirchnerismo buscó y logró seducir durante casi dos décadas cada vez es más simbólico, reducido a un porcentaje de fanáticos y a los vampiros que viven del Estado. Si bien aún mantiene la centralidad, y su capacidad de hacer daño, todos los indicadores muestras que el kirchnerismo ya no es capaz de marcar el ritmo de la vida argentina, de arrinconar a sus enemigos reales y retóricos. En ese contexto se libran guerras en el mismo espacio. Ni el campo, ni Clarín, ni Magnetto, ni el FMI dominan la escena.
La realidad es tan tozuda que terminó con esa mentira bien contada que siempre fue el kirchnerismo. Se va derritiendo como manteca al sol esa construcción indentitaria que por tanto tiempo le dio sostén. Maximo Kirchner arremete contra el FMI pero su madre sostiene que hay que pagar. Al campo Massa le da el “dólar soja” uno y dos. Con Clarín Wado de Pedro se saca fotos.
La guerra que La Campora lleva adelante contra el Presidente es otro signo de debilidad, mucha artillería gastada contra una figura, la del Presidente, totalmente deshilachada y sin credibilidad. Hacer leña del árbol caído, pelear por nada. La crisis tocó su puerta y el kirchnerismo perdió la capacidad hegemónica, buscar consensos es una utopía, nunca estuvo en su ADN. Al extravió no lo disfrazan los shows. La Corte es el único bastión a conquistar pero es una cruzada sin futuro real, el lawfare es cada vez más low.
Hasta las Abuelas les pidieron no mezclar política con derechos humanos, pedido complicado ya que para el kirchnerismo sino no es uno, es el único relato que le queda en pie. A tal punto llega la descomposición K que Mempo Giardinelli, ultra K, impulsor de la eliminación del Poder Judicial, busca y escritor, fue a pedir nueve días de alojamiento gratuito en la Embajada de Italia (nadie es kirchnerista gratis), donde está como embajador otro kirchnerista y bendecido papal, Roberto Carlés. Molesto por los improperios de Giardinelli al negársele la estadía, Carlés lo hizo público en las redes. La imagen de país bananero nos sienta cada vez mejor.