Cuando Jorge Bergoglio eligió el nombre que llevaría como Sumo Pontíficesabía, sin dudas, que su destino tendría un ánimo de renovación que pudiera torcer el rumbo, en una Iglesia que estaba necesitándolo.
Revolución
En el ámbito de la historia y las ciencias sociales “revolución” es sinónimo de “revuelta”, según instruye Octavio Paz. La idea de revolución como ruptura, como interrupción, es hija de la idea de que la historia y el tiempo corren en línea recta. Por eso las revoluciones sociales son disruptivas, sangrientas…
Pero, en cambio, en la física más alta, una “revolución” es una circunvolución de regreso al origen, de algún modo. En términos astronómicos, “revolución” se concibe como la vuelta completa de un planeta en torno del sol.
Es una vuelta al origen, un regreso al día en que se proyectó el inicio del viaje, al sentido de los planes originales, a lo prístino de la ilusión.
El propósito del Papa Francisco fue abrazarse a esa vuelta por el universo en busca de lo genuino; del desnudamiento de vanidades y ceremonias altisonantes, casi mera cáscara; del despojo de zapatos rojos y anillos besables, de los honores jerárquicos, de la inequidad entre centrales y periféricos, y más incluso: de la división del mundo en excluidos y exclusores.
Para el Pontífice todo se reducía a la parábola del hijo pródigo: ninguno de nosotros podría evitar estar algún día en sus botas de pecador. Porque el mensaje de Cristo era la misericordia, no la justicia pequeña del ojo por ojo.
Francisco de Asís, ochocientos años antes se había subido a ese mismo rayo que regresa a la fuente para volver a abrazarse a los fines originales de Cristo.
Si el Papa Francisco se negó a los zapatos de diseño, Francisco de Asís andaba en sandalias aun en la nieve.
Si el Papa Francisco comió su primera Navidad, compartiendo la cena con la gente que vivía en la calle, Il poverello, —como le decían a San Francisco de Asís en su tiempo— llegó a revolucionar a la sociedad, porque su brillo de su predicación fue dejando sin herederos a las grandes fortunas. Los jóvenes se convertían y vivían de la limosna, con el solo fin de comunicar a Cristo.
Todo ello debía tenerlo pensado Jorge Bergoglio desde sus años de sacerdote que se embarraba los zapatos y entraba a rescatar a los que estaban enterrados en el barro hasta la pera.
Eso lo sabía, sin dudas.
También sabía, al elegir el nombre, que como había sostenido San Francisco, hacía falta volver al origen para comprender que los Papas guerreros, los Papas estadistas, los Papas banqueros, no se parecían nada a aquellos que se habían enviado de dos en dos a predicar.
Mucho menos se asemejaba el ademán que hace un Rey para iniciar el ataque a un pueblo vecino, al gesto de sacudirse el polvo de los zapatos y seguir andando que el mismo Cristo les había recomendado hacer cuando no los recibieran bien.
Sabía, y por eso eligió su nombre, que Giovanni di Pietro di Bernardone, San Francisco de Asís, había vuelto al origen para ver las cosas prístinas como habían sido.
Ecología
Solo así se le revelaría la gloriosa verdad de que todo el universo es un tejido único donde si se tensa un hilo de un lado, sufren los del otro lado.
Para San Francisco de Asís desde una pequeña flor hasta el mismísimo sol eran criaturas de Dios. Todas eran valiosas. La hermana Luna y el hermano Sol estaban en sintonía con las criaturas más insignificantes. Todos tenían dignidad. Todos merecían amor porque el amor era una virtud que les había sido dada por nacimiento. Si Dios los había creado, era porque los amaba, si él los amaba, ¿quién era el hombre para no amarlos?
Para el santo de Asís los animales no estaban hechos para provecho del hombre —según se creía entonces —. Ellos y los hombres, todos estaban hechos para tender a Dios.
Fueron muchas las biografías de San Francisco de Asís. Gran parte de ellas escritas por genios de la historia literaria.
Desde Tomás de Celano, Jacopone da Todi, Dante Alighieri, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Ramón María del Valle Inclán, hasta G. K. Chesterton y Hermann Hesse, estudiaron su historia y la reprodujeron de un modo u otro.
Todos ellos refieren que tenía un don para tratar a los animales. Incluso a los salvajes. Siempre se relata el episodio en que después del hartazgo de los vecinos de Asís con un lobo que mataba gallinas, cachorros de otras especies y hasta había atacado seres humanos, Francisco intercedió. Nadie supo muy bien cómo hizo, pero logró un acuerdo con el lobo: si él no atacaba más a la comunidad, Francisco se ocuparía de que todos los habitantes le dejaran alimento cada día. Así fue, cuentan los biógrafos, por inverosímil que parezca.
Puede que este relato sea hiperbólico, pero sin dudas el hombre tenía un tratamiento diferente con los animales que maravillaba y escandalizaba a sus contemporáneos.
Se ha contado infinitas veces la conexión inexplicable que había entre San Francisco de Asís y los pájaros. Giotto, Antonio Carnicero, entre otros tantos lo retrataron rodeado de pájaros.
El santo los llamaba y —de pronto— hordas de bandadas se aparecían ante él para escucharlo. E, increíblemente, les predicaba a ellos también.
Laudato Sí
Bergoglio también eso sabía: que San Francisco fue el primer ecologista de la historia. Y en esto, lo seguiría sin dudar. La primera encíclica enteramente escrita por el Papa Francisco se llamó “Laudato Sí” y “¿casualmente?” es un llamado urgente a la conciencia ecológica, una denuncia del deterioro ambiental y su impacto en los más pobres. Recogía así Bergoglio el compromiso social con los pobres, que eran quienes más sufrían el descuido del planeta. De algún modo, cuidar el medioambiente fue para Francisco cuidar a “i poverelli”.
Fratelli Tutti
En 2020 el Papa Francisco redactó una encíclica llamada “Fratelli Tutti” (Todos hermanos) donde el universo uno que entramaba a todos los seres del que hablaba el santo umbro invita a derribar el individualismo y la indiferencia frente al sufrimiento ajeno. La paz, para él, será consecuencia de esa transformación.
En Dilexit Nos, que significa “nos eligió”, “somos sus amados”, profundiza el amor a cada criatura, y aquello que era el evangelio natural de Francisco de Asís…
El Papa siguió el camino del santo, al decidir su “revolución”. No intentó transformar algo fuera de sí. Por el contrario, encarnó, hizo carne, el cambio.
Hubiera sido más fácil romper, y refundar fuera. Pero no quebró nada, simplemente regresó al origen, recordó de qué se trataba el mensaje.
No hizo una “revuelta”, pero logró una “revolución”. Su labor no estaba destinada a ser disruptiva, no dividió la Iglesia, no excomulgó, no mereció el mote de “sembrador de discordia”.
Su legado consistió en reformar desde adentro y en no dejar nada, ni a nadie, roto. En esto mismo, el ejemplo más alto que había dado la historia era San Francisco de Asís.
Por eso, decidió llamarse “Francisco”.
Los hombres de fe —no los consagrados, ni siquiera los católicos— sino los hombres que leen el universo como si fuera un libro donde todo se revela, ven señales de lo que fluye con la voluntad divina y también de lo que no fluye con ella.
Ahora, conteste el que pueda: ¿serán “casuales” las palomas blancas que se posaban en las manos del Papa Francisco en los primeros días de su Pontificado? ¿Esas que aparecían para regocijo especialmente de los
fotógrafos que las registraron por miles?
¿Acaso será “casual” que en su partida haya cubierto el cielo de la Piazza San Pedro una bandada de aves blancas? ¿Será azaroso que cientos de palomas volaran en círculos en plena noche —y solo esa noche—?
Señales
El azar, en ocasiones, se parece mucho a la Gracia.
Tal vez haya que “leer”, en esto, que… En un universo con orden, en un telar de una sola pieza, de un hilo sin corte, las casualidades no existan.
Tal vez, las serendipias no sean hijas del azar ni de la fortuna.
Tal vez no sean sino la voz mayor que habla por medio de sus criaturas:
Tanto da la escritura de un hombre, como las órbitas planetarias o el simple vuelo de las aves…