En rigor ¿hace falta una ley que impida que los corruptos sean candidatos o funcionarios públicos? En la Argentina parece que si, ya que aquí hay que aclarar hasta lo obvio, como que el agua moja, por ejemplo. Se aprobó con media sanción la “ficha limpia”, una ley que difícilmente prospere. En el Senado no pasa. El gobierno que no dio quórum la vez anterior, ahora se apropió del proyecto con un par de modificaciones y lo impulsó a sabiendas que en el Senado no tiene los votos para aprobarlo. El mismo día entro al Senado el pliego del cuestionado juez Lijo para integrar la Corte, que impulsa el gobierno. Cambio de figuritas. Pour la galiere. O sea, “ficha limpia” no sale, pero el gobierno lo capitalizó políticamente. Igual sirvió para algo el tenso debate en Diputados, saber quién es quién y como se decía en un viejo programa televisivo “¿Y vos, chabón, de qué lado estás?”.
A esta altura del partido no asombra que el kirchnerismo este a favor de la corrupción, es parte constitutiva de su ser. Ahora bien, ¿por qué, a sabiendas, una parte no menor de la sociedad, que además es víctima de las políticas populistas, vota corruptos y choros?
Durante años el despliegue de una política populista a permeado en un número no menor de bellas almas. Nunca disociaron que lo que se regala por un lado se cobra por el otro, una trampa que reside en maquillar y ocultar esa conexión y que los populismos saben desplegar con maestría. . El subsidio indiscriminado se disfraza de inclusivo, aunque sea profundamente regresivo, genera inflación, pobreza, alimenta la voracidad fiscal, limita el desarrollo productivo, bloquea la generación de empleo genuino, incentiva una cultura del derroche y desnaturaliza el valor del esfuerzo. El avance de una cultura demagógica creo la ficción de que lo público no se paga. En el barrio decíamos “lo barato sale caro”. Lo gratuito mucho más. Fomentaron la dependencia, el oportunismo, el clientelismo. La política convertida en religión. Dijo Cristina “solo hay que temerle a Dios…….y un poquito a mí también”. El adversario convertido en enemigo, el disidente en herático, cipayo. Hicieron política invocando a Dios, la Patria, el Pueblo. Abusaron de representatividades que no tenían. Sacralizaron al pueblo y parte de ese pueblo (uno de cada tres) la sigue poniendo en el Olimpo. Como en las religiones, terminó siendo una creencia.
En muchas encuestas “esa parte del pueblo” no considera a la corrupción como un problema, es más, no importa si Cristina es corrupta. Razonan: fue elegida por el 54% de los votos, su viudez es parte de su entrega a la política, hizo tantas cosas por la Argentina que se merece todo. Como todo fanático religioso no van a cuestionar a su líder. Como los fanáticos que no cuestionan a los curas pedófilos y siguen escuchando sus sermones. Esa parte de la sociedad se identifican con ese liderazgo, no hay capacidad de disociación, menos de negación. No importa si es corrupta, al líder no se lo cuestiona. Es un tema identitario. Un conjunto de bellas almas que cree. Por eso al líder no se lo cuestiona. Porque cuestionarlo sería cuestionarse uno mismo y nadie va en contra de sí mismo. Ese desvío moral que generan los populismo, nos lleva a una aproximación acerca de porque un porcentaje tan alto de la población sigue votando corruptos. “Ficha limpia” no saldrá seguramente, pero al menos puso en el escenario quién es quién.