«Yo vivo con el arte desde los diez años. Si no trabajo o no invento o no hago nada, no existo. Soy una artista en el aire, con el overol puesto, vuelo».
Con tan solo diez años de vida Marta Minujín tuvo la revelación de que era una artista plástica. Sus mini happenings quitando las migas de los panes para que sus compañeros de clase se sorprendan durante las meriendas fue marcando el rumbo de los que vendría después. Pasó por numerosas escuelas de arte en las que aprendió a pintura, escultura, dibujo y todo sobre las diversas corrientes artísticas de la historia del arte. A los 15 años mintió su edad en el registro civil y se casó con el hombre que la acompañó hasta el 2021. Esa unión, además del amor de un compañero, le permitió su emancipación y comenzó su vida en Francia.
En 1961 ganó la beca del Fondo Nacional de las Artes y se instaló en París donde experimentó la bohemia pura. Vivió en un galpón sin baño ni calefacción pero en el que entraban muchas cajas de cartón y colchones, que se convertirían en su sello artístico. Durante 17 años se presentó a cuánta beca pudo y las ganó todas: la Di tella Beca, la Guggenheim, la Rockefeller. Osciló entre París y Nueva York, donde el nuevo realismo, los artistas trabajando en el espacio y tiempo real, los happenings de su gran amigo en influencia Alberto Greco, la tenían desvelada. En ese mundo se dio cuenta que tenía que desaprender lo aprendido y en 1963 realiza La Destrucción, su primer gran happening, en el que invitó a artistas a intervenir en sus todas sus obras realizadas hasta el momento y luego las destruyó a hachazos y fuego. “No estamos para justificar ni inclinarnos ante nada, pero sí para elegir, enloquecer, arriesgar ilimitadamente hasta encontrar la propia imagen”, decía la joven y voraz Marta Minujín.
Desde entonces, un sinfín de colores estridentes, colchones, gallinas, conejos, luces de neon, teléfonos, instalaciones eléctricas, imágenes psicodélicas, bastidores transpsicodélicos, performances, múltiples cabezas, música electrónica, se convirtieron en la galaxia Minujín.
«Hice pintura informalista, después me pasé al relieve, agarraba toda caja de cartón que había y después pasé a los colchones, y de la escultura pase a la cosa, que no es ni escultura ni pintura ni nada, es una cosa. Con lo de los colchones me descubrí a mí misma, lo que hice antes no era como obra mía. El concepto de cosa, esa cosa que parece una escultura pero representa una idea, un arte de las ideas…entonces empiezo con La Menesunda, con los laberintos, las ambientaciones y los happenings y el arte de participación masiva. En La Menesunda estaba todo, la cosa, el objeto, el video, la participación. Fue la obra magistral de los 60. Y la gente q no tenía idea de arte se metió dentro y vivió el arte», contaba Marta intentando resumir su universo de acción.
Sus primeras instalaciones Eróticos en Technicolor y ¡Revuélquese y viva! (1964), La Menesunda (en 1965, colaboración con Rubén Santantonín); El Batacazo (1965) incitaban al público a a disolverse en la obra y a cuestionar sus parámetros sobre lo que podía o no ser arte. Lograr el asombro de las y los espectadores y su participación en cada suceso artístico fue una constante. Pionera en sus experimentaciones tecnológicas, videoarte y aporte de varias disciplinas, a cada nueva instalación o performance le agregaba mayor sofisticación, como lo demuestra su cabina telefónica Minuphone, que presentó en Nueva York en 1967. Sin bien las nuevas tecnologías la embelecían, el contacto con la tierra, los animales y los alimentos comenzaron a estar presentes en cada acción. A Comunicando con tierra (1976) , en la que extrajó 23 kilos de tierra de Machu Picchu y las mezcló con tierra de todas partes del mundo, le siguieron Repollos (presentada en San Pablo en 1977), Toronjas (en México1977) y posteriormente 3.000 naranjas, bajo la idea de llevar el campo a los museos y desacralizar esos espacios de culto.
Durante los años 70 Marta Minujín se lanzó a la creación de un cuerpo de obras vinculadas a la caída de los mitos universales y nacionales. Estas ideas las materializó en dibujos sobre papel, esculturas de yeso y de bronce y proyectos de escala monumental que quedaron anclados en la memoria colectiva de las y los argentinos. Bajo el lema Arte para descolocarte, en 1979 montó un obelisco de 30 metros de alto recubierto por 30.000 panes dulces que el público que pasaba por la 9 de Julio podía llevarse. El Partenón de Libros Prohibidos (1983) fue su «monumento a la democracia» en que recreó el Partenón griego en la avenida 9 de Julio entre Santa Fe y Marcelo T. de Alvear, y lo cubrió 20.000 libros que estuvieron prohibidos durante la última dictadura cívico militar. Su foto-performance El pago de la Deuda Externa, en 1985, junto a Andy Warhol, ícono del pop art, donde le paga a éste la deuda externa argentina con choclos al considerar que el maíz es el oro latinoamericano, son algunos de sus memorables instantes de arte efímero y de participación masiva en los que se se acercaba a su gran sueño de poder captar las emociones que les produce a las personas el arte.
Esas obras, con sus variantes, también tuvieron su eco en diferentes partes del mundo, y si bien su arte forma y formaron parte de colecciones del mundo como el Museo Guggenheim (Nueva York), Olympic Park (Seúl), Art Museum of the Americas (Washington DC), Museo Nacional de Bellas Artes, MALBA (Buenos Aires), Centre Pompidou (Francia), Tate de Liverpool (Inglaterra), entre tantos otros, para Marta Minujín el arte tiene que salir de los museos para que las personas puedan vivir un instante y pasar del otro lado del planeta tierra y estar en el mundo que crean las y los artistas.
El arte en Marta es infinito y continuo. Mantiene su casa de la infancia en la calle Humberto Primo, en CABA, en la que montó su taller en el que transcurre sus días y sus noches trabajando en su archivo como en reconocidos proyectos. En 2018 recreó su Partenón de los libros prohibido en la 14 edición de Documenta, la exposición de arte contemporáneo más grande del mundo que se realiza cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. En 2019 montó la Menesunda Reloaded, en el New Museum, en la ciudad de New York. En 2020, durante el aislamiento producto del COVID-19, produjo su obra plástica Pandemia, producto de un trabajo minucioso en que aplicó 22.600 tiras en pequeños cuadrados pintados en blanco, negro y siete tonos de gris sobre una tela . En 2021, el Big Ben acostado con libros políticos se impuso en Inglaterra y la lista sigue.
«Por qué hago arte efímero? Para que quede como leyenda. El Partenón de libros prohibos queda en la leyenda. En el mundo de la información, no necesariamente hay que ir a Grecia para verlo. El de Buenos Aire existe y más si se consolida la leyenda… Hubo muchos Gardel, pero ninguno de fuego. Hubo muchos obeliscos… pero de pan dulce solo uno…”.*
Marta Minujín fue una de las primeras artistas argentinas que popularizó el arte contemporáneo, lo llevó a las calles, a las plazas, a las canchas de fútbol para que pudiese ser experimentado y devorado tanto por cualquier transeúnte que pasaba por ahí como por los personajes más sofisticados del mundo artístico.Pasaron 80 años de su nacimiento y Minujín sabe que su obra trascendió y que vive en la memoria colectiva de un pueblo que se lanzó a descubrir arte.
*Testimonio obtenido en el programa Obra en Deconstrucción, 2010.
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