Cabe destacar entonces, que como alguien dijo con certera sabiduría, “La Luz es fuente de toda verdad y la oscuridad la vacía de contenido”. Es así que aquellos Masones (Mesenes) o Hijos de la Luz, originales habitantes de la Atlántida y del antiguo Egipto que luego renacieron en la secta de los Esenios, fueron usurpados, vaciados y vejados en su divina naturaleza y sabiduría como masones. Nuevamente sobrevino la lucha por el poder, aquella que produjo la catástrofe Atantídea hoy se renueva en el planeta tierra bajo la grotesca fachada de los falsos Iluminatis, ladrones de la antigua ciencia hoy cubierta por el hedor de la muerte. No es Aquel el actual arquitecto de los masones, ni su ciencia; como ayer, volverían a destruir la Humanidad como lo hicieron con Hiram Abiff para robarle los secretos de su genialidad y la mágica palabra. La Reina de Saba nuevamente está en peligro.
Los hijos de Caín aspiran a formar operarios hábiles en el manejo de las herramientas con que puedan obtener sustento de la tierra, malditos por su divino adversario Jehová. Los hijos de Seth descendientes de Abel, producen maestros de la magia, hábiles en el uso de la lengua para invocaciones, y con el uso de la lengua obtienen de los trabajadores el sustento, y por ellos ruegan aquí en la tierra y después en el cielo.
Respecto al porvenir que aguardan a los hijos de Caín y sus adictos, es también muy elocuente la leyenda del templo. Dice, que de Caín descendieron Methusael, inventor de la escritura; Tubal-Caín, hábil artífice en metales; y Jubal, inventor de la música. Así tenemos que los hijos de Caín fueron los inventores de las artes e industrias. Por lo tanto, cuando Jehová escogió a Salomón, vástago de la raza de Seth, para que edificase una casa en su honor, la sublime espiritualidad de una dilatada estirpe de descendientes divinamente guiados, floreció en el proyecto del magnífico templo llamado Templo de Salomón, aunque Salomón sólo fue instrumento para llevar a cabo el divino plan revelado por Jehová a David. Pero Salomón era incapaz de dar forma concreta y material al proyecto, y así necesitó el auxilio de Hiram, rey de Tiro y descendiente de Caín, quien escogió a Hiram Abiff, el hijo de la viuda (según se llaman todos los francmasones a causa de la relación de su divino progenitor con Eva), por jefe de los operarios, pues en él se compendiaban y florecían las artes e industrias de cuantos hijos de Caín le habían precedido. Aventajaba a todos en habilidad de obra mundana, sin la cual el plan de Jehová hubiera sido siempre un divino sueño sin jamás concretarse en la realidad. El mundano ingenio de los hijos de Caín era tan necesario para la construcción de este templo como el espiritual proyecto de los hijos de Seth; y por lo tanto, durante el período de construcción, ambos linajes mancomunaron sus fuerzas, encubriendo bajo la superficial capa de amistad su íntima hostilidad. Fue el primer intento de unión entre ellos, y si se hubiese realizado, de cierto hubiera cambiado desde entonces y definitivamente la historia del mundo.
Los hijos de Caín, como descendientes del ígneo Lucifer, eran muy diestros en el uso del fuego, y por medio de este elemento convirtieron en altares, vasos sagrados y jofainas los metales atesorados por Salomón y sus antecesores. Bajo la dirección de Hiram Abiff se construyeron columnas y los arcos sobre ellas. El grandioso edificio estaba ya casi terminado, cuando dispuso que se fundiera el “mar de bronce”, que había de ser el coronamiento y obra maestra de su labor. En la construcción de esta magna obra se manifestó la traición de los hijos de Seth y frustró el divino plan de reconciliación.
Los sucesos que condujeron a la conspiración tramada contra el Gran Maestre Hiram Abiff, que culminó en su asesinato, comenzaron con la llegada de la reina de Saba, atraída a la corte de Salomón por referencias de la maravillosa sabiduría de este monarca y el esplendor del templo en cuya construcción estaba empeñado. Dícese que llegó cargada de soberbios presentes y que desde un principio le admiraba en extremo la sabiduría de Salomón. La misma Biblia, escrita con arreglo al criterio de las Jerarquías Jehovísticas, insinúa que la reina vio en la corte de Salomón a otro más gallardo, aunque nada concreta sobre el particular. El matrimonio de Salomón con la reina de Saba no llegó a consumarse, pues de lo contrario el nombre masón se hubiese desvanecido hace largo tiempo, y la humanidad en general fuera hoy hija sumisa de la iglesia dominante, sin opción ni albedrío ni prerrogativas. Tampoco podía casarse con Hiram so pena de quedar quebrantada la religión. Ha de esperar a desposarse con quien reúna las buenas cualidades de Salomón y de Hiram y esté libre de sus flaquezas. Porque la reina de Saba que simboliza la compleja alma de la humanidad, y al término de la obra de nuestra era o etapa evolutiva, el alma será la esposa; y Cristo, a quien San Pablo llama Sumo Sacerdote del orden de Melquisedec, desempañará el doble oficio de cabeza espiritual y temporal, será sacerdote y rey, en beneficio eterno de la humanidad en general que está ahora esclavizada a la iglesia o al Estado, pero en consciente o inconsciente espera del día de la emancipación simbolizada en el milenio, cuando descienda del cielo la maravillosa ciudad de la paz, la Nueva Jerusalén. Y cuanto más pronto se efectúe esta entrefusión, mejor será para el linaje humano. Por lo tanto, ya se intentó esta entrefusión en la época y en el lugar donde según la leyenda ocurrió el episodio del amor de Salomón y de Hiram. Allí las dos Ordenes iniciáticas se concertaron con el intento de realizar una definitiva unión simbolizada en el Mar de Bronce. Por vez primera se intentó esta obra que no hubiera podido llevarse a cabo anteriormente, porque el hombre no estaba todavía lo bastante evolucionado; pero en este otro entonces parecía como si los combinados esfuerzos de los hijos de Seth y los hijos de Caín pudieran realizar la obra, y a no ser por el deseo que cada linaje tenía de quitarle al otro el afecto de la reina de Saba o alma de la humanidad, se hubiera conseguido una equitativa unión entre la Iglesia y el Estado y muy poderoso impulso hubiera recibido con ello la evolución humana. Demás está decir, que los tiempos propuestos por el Apóstol Juan en su libro de Revelaciones, están más que cercanos a este extraordinario evento. Cuando uno de los dos linajes está totalmente fuera de competencia y la caterva de ladrones opera en su nombre, porque no son masones ni descendientes de Caín, son demonios disfrazados de masones.
Sin embargo, tanto la Iglesia como el Estado todavía están celosos de sus particulares prerrogativas. La Iglesia sólo admite la unión bajo circunstancias de que hay que mantener todo su antiguo dominio sobre la humanidad y asumir además el poder temporal. El Estado en esas horas, tenía análogas exigencias egoístas como en el presente y la reina de Saba o humanidad en general permanece todavía célibe. Es relevante destacar, que la masonería contemporánea ha infiltrado peligrosamente a la Iglesia de Pedro y que existen avanzadas negociaciones entre sectores oscuros que ya no se disputan a la Reina de Saba, por el contrario, pretenden destruirla; no representan a Caín, a Seth, a Pedro, y ni al propio Cristo.
El templo de Salomón es nuestro sistema solar, que constituye la gran escuela de vida para nuestra evolucionante humanidad. Escritas están en las estrellas las líneas generales de su historia pasada, presente y futura, y todo normal entendimiento puede discernir su plan. En el esquema microcósmico, el templo de Salomón simboliza también el cuerpo humano donde el individualizado espíritu o ego evoluciona cómo evoluciona Dios en el universo. La obra del verdadero templo se lleva a cabo por fuerzas invisibles que actúan silentemente y edifican el templo sin golpeteos de martillo. Así como el templo de Salomón fue visible en todo su esplendor a la reina de Saba, así también se percibe fácilmente el trabajo de dichas fuerzas invisibles, tanto en el universo como en el hombre, pero se mantienen en el trasfondo y actúan sin ostentación, ocultándose a todos los que no tienen el derecho de verlas ni de mandarlas.