En lo que va del año, publiqué tres columnas que en ningún momento tenían el espíritu de ser premonitorias, simplemente análisis descriptivos: “La oposición a Milei es Milei”, “Tiros en el pie”, “El riesgo kuka son los Milei”.
Haber nacionalizado una elección provincial, de parte de un Gobierno que llegaba debilitado por su propia soberbia, impericia y su agresiva estupidez, fue un error de cálculo político, fue la Casa Rosada la que se metió de lleno en la pelea y cometió el error político de caer en la trampa del peronismo, la de imponer en el imaginario social que lo que se plebiscitaba era una gestión de Gobierno y no una elección distrital.
El Gobierno se desestabilizó a sí mismo y una velocidad de vértigo. El peronismo estaba roto, dividido, en su peor momento, se odian entre sí, a tal punto que hace nada, en el cierre de listas, tuvieron que recurrir a un corte de luz barrial en La Plata, media hora antes, para que ese cierre no se transforme en una batahola fenomenal. A paso cansino, tapándose la nariz, ingiriendo digestivos, el peronismo hizo lo que hace siempre en vísperas de una elección, se unió. Fue Milei el que los resucitó. Como decimos aquí en el campo, la culpa no es del chancho, sino del que le da de comer. Pareciera que nunca asumieron la debilidad política con la que asumieron. Eligió la pendencia, el agravio y el insulto. Ningún adversario real o imaginario quedó exceptuado de sus perores ofensas y de sus metáforas escatológicas. Convirtió su vida en un ritual de violencia y agresiones: mandriles, econochantas, ensobrados pasaron a ser palabras medulares en el discurso oficial. Sin mayoría, se dedicaron a traicionar a propios y aliados, hostigar a centristas y liberales verdaderos, a generar antagonismos rabiosos, acorralaron a intendentes y gobernadores que acompañaban al oficialismo, con la pretendida soberbia de querer pintar toda la geografía de lila, era lila o nada. Fue nada, como en Corrientes, cuartos cómodos.
En el Congreso prácticamente logró la unidad nacional. La unidad contra El, sus caprichos, sus leyes inviables, y contra el trasnochado concepto de que en una democracia se puede gobernar a través del veto. El resultado fue obvio. Era evitable.
Creyeron en el agradecimiento perpetuo por la baja de la inflación. Fue un tiempo prolongado, hasta que percibieron que esa baja de la inflación tiene una contracara: el estancamiento económico. Al crecimiento del 6% del PBI hay, cuanto menos que ponerlo en dudas: no se pierde una elección con ese crecimiento. Guillermo Oliveto, un especialista en tendencias sociales, cuenta “que la gente no llega a fin de mes, para muchos el mes termina el dia 20”. Aunque no solo allí, para la mayoría de los que votaron ayer, el mes tienen 20 días. Cuando referentes de la ortodoxia como Broda, Arriazu, Cavallo Dal Pogetto, Lacunza, Redrado, Laspina y empresarios de distintos rubros, manifiestan su preocupación en público o en privado, por los graves errores de la macro yu de la política monetaria, y terminan coincidiendo, es porque la credibilidad del “mejor gobierno de la historia” está dañada. Se llegó a los comicios con un dólar histérico, un riego país en alza sube, una economía estancada y un amplio sector social al que no le alcanzan los ingresos. Si a eso agregamos un estruendoso escándalo de presunta corrupción, a la inquietante idea de que los “ensobrados” podrían estar dentro de las entrañas del poder, no deja de ser un fosforo sobre la montaña de paja seca de la mishiadura. La micro cuenta, el insulto, el agravio no funciona mas que en la tropa propia.
El Gobierno creyó que las “mabeles”, los “raules”, los “viejos meados”, los “ñoños republicanos”, los sensatos de a pie, los liberales en serio, iban a olvidar los agravios, se taparían la nariz e iban a votar por un Gobierno que según sus propias expresiones llevó adelante “el ajuste mas grande en la historia de la humanidad”, y que perduraría la ilusión en la motosierra hasta que descubrieron que su filosa hoja dentada no ha dejado de podar sus bolsillos y no los de la “casta”. Creyó que esos votantes tendrían el mismo comportamiento de los dirigentes. No tuvo en cuenta que una cosa son los votantes y otra los dirigentes. Una cosa es el “Colorado” Santilli que dio un salto mortal entre el larreismo y el mileísmo, sobreactuando su sumisión como esos muñequitos que se suelen poner en los autos y mueven siempre la cabeza en sigo de aprobación, o la de Montenegro que pasó sin escalas de Macri a Milei y otra cosa son los votantes. Creyeron que el reino de la impunidad tuitera, con su máximo exponente, el impresentable Gordo Dan, no iba a tener costo.
Un ajuste doloroso, por momentos cruel, solo puede encontrar algún sentido si es parte de un saneamiento de la cuentas públicas, como base de una economía mas ordenada donde la gente mas honesta y trabajadora pueda prosperar, un sacrificio útil para un futuro mejor. Ahora si todo ese esfuerzo cae dentro del pozo de endémica corrupción política, y pega en el vértice del poder, el combo es letal. El tema, no son las crisis, por razones externas o internas, todos los gobiernos tienen crisis, el tema es como se reacciona ante las crisis. Y Milei es un Presidente que en términos políticos no conduce, se jacta de despreciar la política. Parece que aún no comprendió que su cargo, es precisamente político.
En un país como la Argentina, un mes y medio es una eternidad, pero si no es el Presidente el que tome la impronta política, octubre se ve complicado. Los acuerdos (o desacuerdos, mejor dicho) con la provincias están ya todos cerrados, solo en tres llegaron a acordar: Mendoza, Entre Ríos y CABA. En CABA no se hablan con el Jefe de Gobierno. Debería, Milei, dialogar con sus aliados naturales. Muchos de ellos, por cierto, no lo venera, son los que lo votaron en la segunda vuelta en el 23, pero vienen adhiriendo a El a pesar de las dificultades económicas y de los aspectos mas desagradables de su estilo. Las expectativas de que puede resolver los principales problemas del país, comenzaron a reblandecerse como muestran los índices de confianza que elabora la Universidad Di Tella y que siempre tienen un correlato electoral. Evitar que el resultado de este domingo agrande ese índice debería ser el máximo propósito presidencial. El modelo de odio sistémico mostró su fracaso. Cavar aun mas en la grieta no dio resultado. Comenzar a arreglar los desperfectos políticos y económicos que el mismo Gobierno generó, puede ser la llave de salida a esta crisis auto infligida.