En el imaginario social la frase se le atribuye a George Orwell (autor de novelas tan distópicas como Rebelión en la Granja y 1984), también hay quienes dicen que la frase la dijo un periodista de Chicago en 1918. En rigor la frase aparece en 1918 en el Chicago Herald y textualmente dice así “las noticias son algo que alguien quiere suprimir, todo lo demás son relaciones públicas”. Las redes abrumadoramente garantizan que es de Orwell. Sin embargo no es así. Hace tiempo las redes se convirtieron en la principal fuente de información (¿?). Noticias, rumores, mentiras, chismes, citas, recortes, memes, ¿importa el origen? Uno de los periodistas que mejor conoce el mundo del fútbol y su conexión con los barras y la justicia contaba que varias personas lo llamaron para comentarle una noticia. “Eso no es cierto” les respondió el periodista. “Si lo leí en las redes y está en un par de sitios” le retrucaron sus interlocutores. La noticia era falsa. ¿Importa la verdad? Cualquiera puede contar una mentira, incluso con buenas intenciones, como se dice, el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Con fake news, campañas de manipulación mentiras y elecciones direccionadas por algoritmos se construye un mundo afín. Un mundo sin periodistas, que a muchos les gustaría.
Este nuevo escenario pone en jaque principios de la prensa profesional como la búsqueda de la objetividad en la información, al tiempo que conspira contra el debate público. Se agigantan la influencia de plataformas y se consolidan circuitos de información/opinión/desinformación. Cada vez más personas se informan a través de las redes sociales, en particular los más jóvenes. Vale para todas los planos, pero si nos detenemos en lo político, Taylor Lorenz, periodista especializada en tecnología, cubrió para la revista Rolling Stone la fiesta patrocinada por Trump después de su triunfo, en su nota reprodujo una frase de unos de los asesores de Trump “no habría celebración esta noche si no fuera por el compromiso de nuestros guerreros del teclado”. Describe Lorenz “la cantidad de información es abrumadora, y la mayoría de las veces, la búsqueda de la verdad, se hace más difusa. Hay un corrimiento de los medios tradicionales, y una nueva intermediación, más informal, más directa. Formatos disruptivos, rápidos, contenidos atractivos, y una identidad muy clara que conecta con audiencias híper segmentadas” No hay un espacio común para el debate, sino una fragmentación en incontables espacios dispersos en plataformas digitales. Abunda el trollismo, conviven rumores, fake news, conspiraciones, operaciones, sin base empírica probada con periodismo de alta calidad. Es el escenario en el que tenemos que convivir. ¿Es posible hacer algo para recuperar calidad, apertura, respeto, rigor, profesionalismo? El desafió es mayúsculo. El cine nos muestra, que a pesar del tiempo, hay valores que siguen siendo absolutamente vigentes. Un par de películas iluminan el camino: Todos los Hombres del Presidente (1976) sobre el caso Watergate que provocó la renuncia de Nixon y Spotligh (2015) conocida aquí como Primera Plana. En ambas están presentes la vigas que cimentan al periodismo: libertad, verdad y credibilidad. Valores que estuvieron presente en el primer periódico La Gazeta de Buenos Ayres, fundado por Mariano Moreno el 7 de junio de 1810. De allí la fecha conmemorativa por el día del periodista.
En épocas vertiginosas y líquidas más que nunca es pertinente revitalizar algunos conceptos básicos. Un maestro del periodismo, el polaco Kapuscinski decía que para ser buen periodista, primero había que ser buena persona, nos enseño que para ejercer el periodismo “una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes, lo que es necesario, y otra es ser cínicos, que es una actitud inhumana que nos aleja de nuestro oficio, al menos si se lo concibe de manera seria”. Otro de los referentes éticos del periodismo, el colombiano Darío Restrepo, dice “hablemos de los males, no de los malos”. Dos frases para huir de la “grieta” y la personalización en la que el periodismo nativo también se hundió y terminó por distorsionar la profesión de informar, cuyo destinatario es siempre el ciudadano. Nunca el poder. Albert Camus dijo “el periodista debe ser fiscal del poder y abogado del hombre común”. En los últimos tiempos se distorsionó la función de la prensa. La mano política no fue ajena a eso. Es imperativo defender el derecho de una sociedad a ser informada con independencia y honestidad. Mejores ciudadanos mejoran el sistema democrático.