¿Cómo se le dirá al técnico de Boca, al “Negro” Ibarra?, ¿será el “Afrodescendiente” Ibarra?, ¿la vieja categorización zoológica de “gorilas” a los no peronistas, que acepción tendrá ahora?, ¿se los denominará “primates herbívoros”?. El INADI, cuya interventora es Victoria Donda, la que tenía una empleada domestica en negro, (perdón ahora “en afrodescendiente”), justificó la publicación de un cuadernillo de recomendaciones para cubrir el Mundial destinado a comunicadores y periodistas. Dijo “no es una boludez dar sentido a las palabras, queremos hacer un aporte a una comunicación social que sea inclusiva”.
En rigor, lo más trascendente es que haya gente que cobre por esto, y pone sobre el tapete algo sobre lo que deberíamos prestar más atención: el INADI incrementó su planta, tiene un presupuesto de 1150 millones y Donda cobra un sueldo más que suculento, para que, en palabras del periodista Tenenbaun, hagan “una pavada de mononeuronales” que “no tiene lógica”.
La pregunta es ¿le corresponde al Estado explicarles a los periodistas como hacer su trabajo? Decididamente no. El manual que elaboró el INADI con instrucciones a los periodistas sobre cómo deben hablar en la cobertura del Mundial revela algo más complejo que una simple tilinguería ideológica. Responde a la concepción de un Estado invasivo y reglamentarista que se arroga la función de moldear a la sociedad desde las costumbres hasta la forma de hablar. Remite a esa idea paternalista que subestima a la propia sociedad y elabora desde los despachos oficiales determinados códigos. Nada nuevo. Lo han hecho en la educación con manuales de adoctrinamiento. Lo más reciente, en las escuelas de la provincia de Buenos Aires, a través de la Dirección de Cultura y Educación distribuyeron la viñeta realizada por el dibujante Miguel Rep sobre el atentado a CFK y propusieron debatirlo bajo el lema “los discursos del odio”.
En este tipo de gobiernos los funcionarios no se ven a sí mismo como servidores ni como interpretes de la sociedad, sino como reguladores y controladores. Con dogmas y teorías estrafalarias ellos dicen lo que está bien o mal, desde una autopercibida superioridad moral. Exponen una sobreactuación ideologizada en la que el lenguaje se utiliza como herramienta de militancia. Ellos son los únicos autorizados para decir como son las cosas y como deben ser. Tienta tomarlo con ironía y con humor, cuando, por ejemplo, cuestiona las expresiones que incluyan una “animalización estigmatizante” como ser “son unos burros”. Para el caso quedarían invalidadas expresiones como “corre como una gacela” o “tiene la vista de un lince”.
¿Quedará invalidada también la histórica expresión “gorila” para los no peronistas? El sueño de Donda es oficializar una policía del lenguaje, que de un modo inorgánico pero eficaz ya funciona en muchos ámbitos académicos como las universidades e instituciones colonizadas por este falso progresismo. Para justificar el manual, que en palabras de Donda “no es una boludez” (de paso parece ser que la vulgaridad no es discriminatoria) la funcionaria dijo “buscamos desarmar el andamiaje cultural, violento de discriminación y racismo”. Ambición no le falta. Mientras, silencio de radio por su empleada “en negro”, mal que le pese. Ni una palabra, entre otros hechos, por la denuncia de violación de la sobrina del senador por el Frente de Todos José Alperovich. Ni una sola palabra, tampoco, sobre las mujeres de la policía bonaerense que denunciaron abusos sexuales de sus superiores y fueron desplazadas por atreverse a exponer su sufrimiento.
La “cosificación” parece tener que esperar en esos casos, ya que Victoria Donda está muy ocupada en “desarmar andamiajes culturales” a través de un manual. Como pasa con todo lo que hace el kirchnerismo, la doble vara, la doble moral. En el fondo, ese divorcio tajante entre el sentido común y la visión del poder a través de un relato que se muestra cada día mas deshilachado.