Según el Informe Mundial sobre felicidad, ubica nuevamente a Finlandia como el país más feliz. Esto se debe a un sólido sistema de bienestar, altos niveles de confianza en el gobierno y las instituciones, baja corrupción, buen equilibrio entre vida laboral y personal, y acceso a educación y atención medica de alta calidad.
Allí, la conversación política fue perdiendo intensidad. Algo similar ocurrió en nuestro país (en eso nos parecemos a Finlandia), aquí la conversación política se fue desplazando no porque la cosa pública marchara más o menos bien, sino por el hartazgo y la fatiga que genera el tono del debate público. Un debate electoral sin sustancia, lugares comunes y respuestas de ocasión. ¿Hubo alguna idea que nos haya sorprendido, surgieron planteos innovadores, creativos, originales? Solo hubo un incentivo a la beligerancia de ambos lados, apelando al divisionismo, al culto a la personalidad, a la idea de ir por todo. ¿Se han discutido temas relevantes en materia de empleo, educación, tecnología, urbanismo, cambio climático, IA? ¿Algún candidato propuso discusiones de calado hondo, una agenda moderna, novedosa, compleja para los problemas que enfrenta el país? El ¿debate? fue pobre, ramplón, organizado alrededor de chicanas, eslóganes vacíos y carpetazos, en medio de una sociedad dominada por angustias, amplificadas cada dos años, en un contexto electoral donde parece que es todo o nada. El dólar, el riesgo país, el parate económico nos ponen nuevamente contra las cuerdas.
En el albor democrático se transpiraba ilusión después de una de las etapas más oscuras de la Argentina. La elección del 83 movilizó los corazones como pocas veces ¿Qué nos pasó que llegamos a una elección donde predomina la apatía y el desgano, una especie de desmovilización cívica? En aquellos primeros años de la “nueva” democracia nadie militaba por dinero, hoy hasta los fiscales cobran para controlar la elección, de lo contrario no irían. De aquellas masivas manifestaciones populares, espontaneas, a actos raquíticos donde solo movilizan a la militancia en gran parte paga. En los años que siguieron a aquella primavera democrática todos los gobiernos terminaron mal, todos los planes económicos fracasaron, ortodoxos, heterodoxos, populistas, liberales, ahora ni el secretario del tesoro de EEUU puede con nosotros, en un mar de una Argentina, que como diría Trump está luchando por su vida. Tanto la ortodoxia como la heterodoxia económica nos deben una seria autocritica, la primera nos condujo al endeudamiento, estancamiento y la destrucción de industrias, la segunda a la inflación, la decadencia y el pobrismo mafioso. Hoy no hay un solo líder político cuya imagen positiva supere a la negativa. La politóloga, Mariel Fornoni señala que “la Argentina se parece cada vez más a esos países donde votar no es obligatorio” y agrega “amplios sectores de la sociedad no tienen ganas de ir a votar, ni siquiera para que pierda al político que odian”
El ánimo electoral se debate entre la polarización y el desencanto. Entre un oficialismo en problemas, donde el Presidente volvió a demostrar que las técnicas clásicas del poder le son ajenas (no le puede renuncian un ministro, en este caso el canciller cuatro días antes de una elección) y un peronismo sin nada nuevo, con las mismas propuestas anacrónicas (control de precios, defaul de la deuda).
Es descorazonador votar por el mal menor. Salir de la trampa Cristina Eterna y Milei Emperador. La Argentina necesita dirigentes capaces de generar nuevas ideas, generar confianza, trazar un horizonte. Pero necesita una ciudadanía dispuesta a asumir su responsabilidad en ese juego. Puede ser una buena noticia que ante los extremismos aflore algo de prudencia electoral, que no es lo mismo que apatía o indiferencia, sino una actitud más selectiva y racional, que se asemeje a un votante más responsable. Hay compromiso con la democracia, desmoralizan los resultados. La política nos propone brocha gorda, blanco o negro., pero el arte está en el pincel, en los matices, los colores, las ideas superadoras. Apelamos a la magia del atajo, liderazgos mesiánicos y soluciones súbitas. En un momento la angustia se expreso en “que se vayan todos”. Tampoco fue la salida a la normalidad. El circuito toxico que tan bien definió el historiador económico Pablo Gerchunoff. Un loop que oscila permanentemente entre la ilusión y el desencanto. El fastidio, el malestar, la angustia vuelven como viejas patologías sociales. La mala política pasa factura. El 80% según una encuesta prefiere la democracia sobre cualquier otro sistema. El desencanto es con los resultados. En síntesis, lo que una gran parte de la sociedad demanda, es que de una vez por todas iniciemos el camino hacia un país normal. Donde se generen certezas, equilibrios, estabilidad, con formas civilizadas, con respeto por las diferencias, con moderación y consensos. La evidencia empírica muestra que la prosperidad que alcanzó el mundo moderno no fue a través de sectas, los extremos nunca lograron nada.