El Antiguo Testamento, que contiene la enseñanza del misterio atlante, nos dice que en principio el ser humano fue creado macho-hembra, bisexual, y que cada individuo, era capaz de propagar la especie sin la cooperación de otro, como todavía sucede hoy con muchas plantas. Más tarde según parece, Jehová separó un polo de la energía creadora de Adam, símbolo de la primitiva humanidad, de lo que resultaron los dos sexos.
Según la Biblia, les estaba prohibido a nuestros primeros padres comer del fruto del Árbol del Conocimiento; pero Eva, seducida por la serpiente, comió del fruto y después indujo al hombre a seguir su ejemplo. De algunos pasajes de la Biblia cabe inferir quienes eran las serpientes y cual el árbol del conocimiento. Por ejemplo, Cristo exhortó a sus discípulos a que fueran “prudentes como serpientes y cándidos como las palomas”. En la llamada maldición que Jehová fulminó contra Eva después de su culpa, se dice que pariría sus hijos con dolor y la raza humana quedaría sujeta a la muerte. Siempre tropezaron los analistas de la Biblia con la dificultad de descubrir la relación que pueda haber entre el comerse una manzana, el parto doloroso y la muerte; pero cuando nos familiarizamos con los castos eufemismos de la Biblia que designan el acto procreador con expresiones tales como: “Adán conoció a Eva, la cual concibió y parió a Caín”; Adán conoció a Eva, la cual concibió y parió a Abel”; “¿Cómo será esto? Porque no conoció Varón”, etc., resulta evidente que árbol del conocimiento es una simbólica expresión del acto procreador. Así vemos que las serpientes enseñaron a Eva como efectuar el acto procreador, y que Eva instruyó a Adán. Por lo tanto, Cristo, aun reconociendo la sabiduría de las serpientes, las consideró dañinas. Para identificar las serpientes es necesario recurrir a las enseñanzas esotéricas, que las señala como marcianos espíritus de Lucifer, gobernadores del serpentino signo Escorpión. Sus iniciados, aún en época posterior como la de las dinastías egipcias, llevaban en la frente el Uraeus o serpiente simbólica, en señal de la fuente u origen de su sabiduría.
A consecuencia del subrepticio uso del poder creador, cesó la humanidad de ser etérea y se concretó en las vestiduras de la piel o cuerpo físico que oculta a su vista los dioses que moran en los reinos invisibles. Muchos les afligió esta pérdida. La degeneración resultó del ignorante y disruptivo abuso iniciado por los espíritus de Lucifer.
La regeneración ha de tener por objeto restituir al hombre a su perdido estado de ser espiritual y librarlo del cuerpo mortal donde está ahora enquistado. La muerte ha de transmutarse en inmortalidad.
Para lograr este objeto, se estipuló un pacto con la humanidad al expulsarla del Edén y que peregrinará por los páramos del mundo. De conformidad con este pacto, fue construido un Tabernáculo donde se colocó un arca simbólica del espíritu humano. Nunca se desarmaba el arca, para denotar que el hombre es un peregrino en la tierra y no puede descansar hasta que llegue a su meta. Dentro del arca había un vaso con maná caído del cielo, símbolo del hombre caído de su espiritual estado, y las tablas de la ley divina que el hombre había de aprender durante su peregrinación por el desierto de la materia. También contenía esta simbólica arca una vara mágica, llamada vara de Aarón, emblema del espiritual poder latente en todo ser humano que navega hacia el puerto de descanso o místico templo de Salomón.
Ahora bien, la leyenda masónica dice que Jehová creó a Eva, que el luciferario espíritu Samael se ayuntó con ella, pero que fue expulsado por Jehová, quien lo separó de ella antes del nacimiento de su hijo Caín, al que por esto se le llamó hijo de la viuda. Después Jehová creó a Adán para que fuera el marido de Eva, de cuya unión nació Abel. Así desde un principio hubo dos linajes de gente en el mundo. Los engendrados por el luciferario espíritu de Samael y participantes de una semidivina naturaleza empapada de la dinámica energía marciana, que heredaron de su divino ascendiente; son agresivos, progresivos, dotados de gran iniciativa, pero rebeldes a todo freno de autoridad, tanto divina como humana. Este linaje de seres aborrece el aceptar nada por la sola fe, y propende a demostrarlo todo a la luz de la razón. Creen por las obras y no por la fe, y con su indomable valor e inextinguible energía han trasmutado la aridez de los desiertos del mundo en un jardín henchido de vida y belleza, tan ameno, que los hijos de Caín se han olvidado del jardín de Dios, el reino de los cielos desde donde los expulso el lunar dios Jehová. Contra él están constantemente en rebelión, porque los ató con el remolcador cordón umbilical. Han perdido la visión espiritual y están aprisionados en el cuerpo en cuya frente se dice que fue señalado Caín. Han de vagar como hijos pródigos en la relativa oscuridad del mundo material, olvidados de su alto y noble estado, hasta que encuentren la puerta del templo y soliciten recibir la Luz.
Entonces, como francmasones o hijos de la luz, aprenderán los métodos para edificar un nuevo templo sin golpeteo de martillo, y cuando hayan aprendido podrán viajar por países extranjeros, para perfeccionarse en el arte. Significa esto que cuando el espíritu advierte que se halla lejos de su celestial morada; que es un pródigo que se alimenta de los insatisfactorios desperdicios del mundo material; que separado de su Padre está pobre, desnudo y ciego; cuando llame a la puerta de un templo místico como el de los Rosacruces y pida luz; cuando reciba las deseadas instrucciones después de ser aprobado por haber construido un cuerpo etéreo para el alma, un templo o casa eterna en los cielos, no con fábrica de manos ni con son de martillo, cuando esta casa cubra su desnudez, entonces el neófito recibe la palabra, el ábrete sésamo de los mundos interiores y aprende a viajar por los extranjeros países de los mundos invisibles. De allí se remonta el alma a las celestes regiones y se capacita para llegar a grados superiores bajo la más directa instrucción del Gran Arquitecto del Universo, que construyó los cielos y la tierra.