Más de 360 kilómetros recorrieron el Ejército del Norte y los abnegados jujeños hasta la ciudad de Tucumán, dejando tras de si solo tierra rasa, ni granos, ni ganado, ni dineros, nada que el enemigo realista pudiera usar para su bienestar.
Al llegar a San Miguel de Tucumán, el general Belgrano se encontró con una población decidida a detener al invasor y por ello, desobedeciendo las órdenes del Triunvirato que le ordenaban retroceder hasta Córdoba, decidió enfrentar al ejército de Pío Tristán en las afueras de la ciudad.
El 3 de septiembre de 1812, la retaguardia al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez vence en el Las Piedras a dos columnas realistas y hace prisionero al jefe de la avanzada.
El 9 de septiembre, el Éxodo acantona en el paraje La Encrucijada, a 36 kilómetros de la ciudad. Allí Belgrano recibió a una comisión de autoridades tucumanas que le pusieron a disposición hombres, pertrechos y dinero.
El 13 de septiembre, el Ejército del Norte entró a la ciudad y vivaqueó frente al Cabildo (en la actual Plaza Independencia), encontrándose con 400 hombres armados con lanzas y bien organizados por Juan Ramón Balcarce y a un pueblo dispuesto a ofrecerle todo el apoyo necesario.
Belgrano, aún necesitaba tropas de caballería y los principales vecinos tucumanos fueron los encargados de alistar gente para aumentar el número del ejército, sumar caballadas y proporcionar el ganado y el alimento para el mantenimiento de los defensores.
La voz se corrió y llegaron contingentes de Catamarca, Santiago del Estero y del Alto Perú.
Mientras tanto, el ejército realista avanzaba con dificultad, al no hallar en el terreno arrasado medios o instalaciones para cobijarse o reaprovisionarse; partidas de gauchos jujeños, salteños y tarijeños y del ejército, organizadas por Díaz Vélez los hostigaban constantemente.
Recién el 23 de septiembre, cuando tuvo a su vista la ciudad, Pío Tristán se enteró que el Ejército del Norte había acampado y lo esperaba para presentarle batalla.
Al día siguiente se enfrentarían, pero antes de entrar en combate el general Manuel Belgrano oró ante el altar de la Virgen, consagró el Ejército a la Virgen de la Merced y le pidió el éxito de la empresa.
El combate
Cuando los realistas comenzaron el avance sobre la ciudad por el camino directo, el teniente de Dragones Aráoz de Lamadrid -natural de la zona- incendia unos pastizales. El fuego, avivado por el viento sur, desordena la columna española y lo obliga a tomar el viejo Camino Real del Perú.
Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego, Belgrano cambió su frente hacia el oeste para tener una visión clara de las maniobras de Tristán, decidiendo enfrentarlo en un terreno escabroso y desparejo, llamado el Campo de las Carreras. Una rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas le dio tiempo de reorganizar su frente y ordenar montar la artillería.
Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando de Balcarce y sus gauchos recién reclutados y la izquierda, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez.
La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la central y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección de Dragones apoyaba la caballería.
Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie, siendo su ayudante de campo el teniente José María Paz.
La artillería patriota fue la que inició el combate, bombardeando los batallones realistas de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta. Belgrano, ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable.
Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes, con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo. La caballería gaucha rompió la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos, privando a los realistas de sus reservas de munición y de provisiones.
Solo la sección de Dragones y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvieron el frente, pero la carga continua de estos, sumado a la pérdida de sus reservas bastaron para confundir y desorganizar esa ala.
Mientras tanto, al otro lado el resultado era muy distinto: pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, quienes tomaron prisionero al coronel Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, dejando en gran parte las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.
La providencial aparición de una enorme manga de langostas, que se abatieron sobre los pajonales, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.
Si bien Belgrano había sido arrastrado por el desbande de un sector de su tropa fuera del escenario de las acciones, el campo de batalla quedó en manos de la infantería patriota. Al observar que se había quedado sola y sin las tropas de la caballería, Díaz Vélez logró tomar, con la infantería de Dorrego, el parque de artillería realista, 39 carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y centenares de prisioneros. Tomaron, además, las banderas de los regimientos Cotabambas, Abancay y Real de Lima. Luego, con la ayuda de las tropas de la reserva y llevándose también a los heridos, Díaz Vélez hizo replegar ordenadamente la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí.
También reorganizó la artillería y apostó tiradores en los techos y esquinas, convirtiendo a la ciudad en una plaza inexpugnable. Encerrado en ella, protegido por las fosas, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán.
Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado se retiró del campo central y acampando en el Ricón de Marlopa, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación. Díaz Vélez envió al teniente Paz en busca de Belgrano, el que le transmitió al general que regresara de inmediato porque la batalla había sido ganada y que su presencia era necesaria para asegurar el triunfo definitivo de las armas patriotas, tomando las decisiones que correspondían.
A través de Paz se localizó lo que quedaba de la caballería en el campo. Se les sumó poco después Balcarce. Reordenar la tropa le llevó el resto de la tarde a Belgrano. El general inmediatamente ordenó la marcha hacia la ciudad para conectarse con Díaz Vélez, quien había asegurado el triunfo de los patriotas.
Tristán, temeroso de lo que podía esperarles a sus tropas dentro de la ciudad, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los primeros disparos enemigos. Hizo un último intento por la vía diplomática, intimando a Díaz Vélez a rendirse en un plazo de dos horas, bajo amenaza de incendiar la ciudad. Díaz Vélez le respondió con vehemencia, invitándolo a que se atreviera, ya que las tropas de la Patria eran vencedoras y que había adentro 354 prisioneros, 18 carretas de bueyes, todas las municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería y 32 oficiales tomados al ejército realista.
En la nota que Díaz Vélez le dirigió al jefe realista, el 24 de septiembre de 1812, le manifestó, asimismo:
Si V.S. se halla con la energía de que se lisongea para atacar, tema en el resultado los consiguientes de unas armas vencedoras justamente irritadas. Nuestra caballería en número superior a las fuerzas de V.S., al mando de mi digno General en Jefe el señor Brigadier Don Manuel Belgrano, que corta a V.S. toda retirada, concluirá el corto resto de los despojos que quedan a su mando; y solo serán sus ruinas el cuadro en que se eleve el estandarte de nuestra libertad […]
Tristán no se atrevió a cumplir con su amenaza y pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que «las armas del rey no se rinden». A continuación, se replegó hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez le hostigaban su retaguardia, haciendo muchos prisioneros y rescatando también algunos que habían hecho las tropas realistas.
Finalmente, el día 5 de octubre de 1812 Belgrano envió al Triunvirato las banderas y estandartes capturados al enemigo con la siguiente nota:
“Remito dos banderas del Real de Lima y dos estandartes de Cotabamba, para que V. E. tenga la bondad de mandar se coloquen en el templo de Nuestra Madre y Señora de las Mercedes, como dedicadas por el ejército de mi mando, en demostración de la gratitud a tan Divina Señora por los favores que mediante su intercesión nos dispensó el Todopoderoso en la acción del 24 pasado”.
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