“Permiso, perdón y gracias”, eran palabras que demostraban la entereza de una persona; “buenos días, buenas tardes y buenas noches”, eran frases que tenían el valor del amor, del respeto y de la educación. Recuerdo que cuando éramos chicos, no recibíamos ni siquiera un caramelo del kiosquero sin devolverle ese tan apreciado “gracias” de todos nuestros adultos; no podíamos seguir viviendo si no le pedíamos perdón a nuestros hermanos o padres cuando alguna travesura los había ofendido; y recuerdo también que cuando necesitábamos entrar a la habitación de los padres o a la heladera de la abuela, no podía faltar antes el vocablo “permiso”. Para mí eran palabras llenas de magia, esa magia que sólo un niño puede notar; y hablo de magia porque esas tan sencillas palabras podían cambiar el mundo, imagínense que con decir gracias en la verdulería a la verdulera se le llevan la cara de sonrisa y a nuestra madre los ojos de lágrimas por el orgullo. Fijense la magia de esas palabras, con tal sólo decir “permiso” podíamos abrir las puertas que seríamos y entrar donde pudiéramos. ¿Cómo no llamar magia a esas palabras que el “perdón” me devolvía la palabra de papá y mamá cuando minutos antes nos había retado? Si eso no es magia ¿a qué le podemos llamar “palabras mágicas”?
Nos crearon con valores, que puedo encerrar en dos palabras “respeto” y “Responsabilidad”. Con solo esas dos palabras (mágicas también) se construyó mi Argentina. Respeto a los ancianos, a los vecinos, respeto a las envestiduras, a los Estados, a los pueblos; respeto a los maestros, a los policías, a los civiles, a los hombres y a las mujeres; este país se levantó con “esfuerzos, solidaridad y sacrificio” (otras palabras mágicas) y vendió por 30 monedas de plata. Recuerdo que mi abuelo siempre me contaba sobre los sacrificios que hicieron sus padres para que tenga una buena vida, y que desde infante ayuda con su trabajo; no puedo dejar de pensar que desde que tengo uso de razón la imágenes de mis abuelos vestidos de fajina, al salir y al entrar de La Helvetica, mientras mis abuelas oficiaban niñeras, y esperaban con la comida lista a sus maridos (SI YA SÉ, LAS NEOFINISTAS ME DIRÁN QUE SOY UN MACHISTA Y ARCAICO) pero entonces ¿Por qué Néstor impuso las jubilaciones a las ama de casa, sin haber aportado al Estado? Si ese gobierno las benefició con jubilaciones significó que consideró que las ama de casa trabajan y SI ES TRABAJO, NO ES MACHISMO NI PATRIACADO. Por ende, si debemos estar orgullosos de nuestras abuelas (como lo estamos) porque ellas construyeron mi Argentina como nuestros abuelos, con esfuerzo, sacrificio y valores. Pero ¿dónde quedaron esos valores?
¿Por qué un grupo de mediocres que defecan en las iglesias y menstrúan en las plazas vienen a decirles a nuestras madres ya abuelas cómo vivir? La mayoría de estas barbudas imberbes viven del Estado o de sus padres, sin mencionar que algunas maman de las jubilaciones de sus abuelos; y pretenden imponer un vocabulario absurdo, discriminador e inmisario; pero jamás se las vi exigiendo que se implemente en las escuelas públicas “el lenguaje de señas” o el “sistema braille”; porque sólo buscan llamar la atención y no cambiar el mundo. Por qué defecan en los valores reales e irrespetan a todo lo que se alinee con sus infantilerías. Por qué dejaron de ver la magia de las palabras y se sometieron a un brutal patrón que las humilla.
Respeto y responsabilidad; que palabras que hoy más que nunca me llenan de gozo; y que cada vez puedo se las menciono a mis hijos. Porque hoy me emocionan los besos y abrazos de mis hijos, porque hoy extraño a mis abuelos que ya no están; y aunque no soy muy visitador de quienes están, no puedo dejar de agradecerles a ellos el hombre que soy.
Mis maestras de primaria, aún se me llena el alma de recuerdos y esplendor cuando dialogo con ellas; dos de ellas, una de música y otra de matemáticas que me las encuentro cada mes al llevarle el periódico todavía me emociona verlas y aún siento ese respeto aprecio que hervía en mi sangre cuando era aluno. Ese valor de los valeros que ellas me enseñaron, y me enseñaron a quererlas hasta la actualidad.
¿Cuándo fue que permitimos que nuestros jóvenes cambien el folklore, el tango y el rock; por el espantoso efecto eléctrico que los hace retorcerse como babosas con convulsiones? ¿Cuándo fue que permitimos que un Tablet les arrebate a nuestros niños el cuento o el libro? ¿Cuándo dejamos de hacer sobremesa para que celular nos silencie y nos forme tendinitis en el pulgar? ¿Cuándo fue ese día que dejamos de escribirle a la chica de nuestros sueños un mensajito en trocito de hoja de carpeta acompañada de un chupetín? ¿Cuándo fue que dejamos que Facebook se lleve la pelota e Instagram nos enfríe el mate?
¿Cuándo sucedió que nos olvidamos de enseñarles las palabras mágicas a nuestros niños y jóvenes, y dejamos que unos cuentos resentidos sociales nos llamen retrógrados, conservadores y patriarcales? ¡Al carajo con esa vaina! Si mis hijos y las generaciones venideras recuperaran los valores de nuestros abuelos y de nuestros padres; para que todos los kiosqueros del mundo vuelvan a sonreír y las mamás de mi Argentina lloren por orgullo, para que la responsabilidad y el respeto sea estandarte social; entonces soy un “conservador neto”, porque prefiero serlo, antes que humillarme y despreciar todo lo que los “viejos” nos legaron.