El Teniente Primero Carlos Esteban del Ejército había transmitido, en la madrugada del 21 de mayo de 1982, que veía ingresar buques al Estrecho de San Carlos por el noreste. Horas después avisó que entró en combate con helicópteros ingleses y que se replegaba. Luego se perdió la comunicación.
Para entonces, las pistas aéreas de Malvinas habían sido bombardeadas resultando un paisaje desolador de escombros y cráteres. Pocos aviones estaban disponibles para despegar de inmediato. El entonces Teniente de Navío Owen Guillermo Crippa de la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque despegó solo, a las 10.04hs, el Aermacchi MB-339 (4-A-115) dejando atrás Puerto Argentino, para entrar minutos después a la boca del Estrecho San Carlos, al norte de Malvinas.
“Despegue. Prima la urgencia”, fue la orden que recibió antes de decolar. Le habían informado que se encontraría con botes de desembarco, pero el panorama fue muy distinto. “Salí enojado porque no me dejaron portar bombas. Trepé al único aparato en servicio, probé sistemas y despegué. Había que saber que pasaba ahí”, recuerda.
En un vuelo de reconocimiento, armado y sin escoltas, descubrió el lugar del desembarco británico, donde los altos mandos ingleses habían decidido que era la zona ideal para la incursión: un arribo sencillo, al cobijo de la geografía malvinense.
Crippa vio combate en la costa, un helicóptero incendiándose y tropa escapándose por el terreno. Salió mar afuera y el día le pareció plácido, bastante tranquilo. Y se preguntó “¿Dónde están?”, al mismo tiempo que comenzaba a ver la respuesta a su propia pregunta; vio los primeros barcos ingleses y después lanchas.
Solo, decidió atacar. Vio un helicóptero. En ese momento pensó que era más redituable tirarle a un buque y dejarlo fuera de servicio que derribar un helicóptero, lo que implicaba que sí o sí nuestros aviones tenían que pasar encima de los navíos enemigos.
En su arremetida contra la Flota, Owen Crippa pasó muy próximo al helicóptero inglés. Estaba a menos de 300 metros volando a 600 km por hora y en ese segundo que demoró en tomar la decisión y giró, su avión avanzó mucho y la inercia lo llevó a pocos metros del aparato.
Ya con el Aermacchi a 90º notó el gesto de asombro del piloto al verlo. Encaró a la primera fragata que tenía adelante y comenzó a tirar con cañones y cohetes, impactando contra la fragata HMS “Argonaut”, en medio de un fuego antiaéreo enemigo brutal que provenía de los buques que apoyaban el desembarco.
“Enfilé hacia el primer buque. Había practicado para usar una misma corrección de mira para disparar cañones y cohetes. No había tiempo en combate para corregirla. Apreté el disparador de los cañones de 30 mm y nada. –Qué lástima, – me dije. Haber llegado hasta aquí y que me falle el armamento”.
Revisó el sistema de armas y la “perilla maestra” no estaba conectada. El piloto corrigió el error y comenzó a disparar. Hizo volar un cañón. Después fue contra la arboladura –antenas de radar, radios y comunicaciones- y la zona del puente de comando donde se encontraba el comandante con su equipo: eso significaba dejarlo fuera de combate.
“Descargué todo lo que quedaba lo más cerca que pude, por ende, tenía que levantar la trompa del avión para no estrellarme con las antenas del navío. Cuando crucé la popa, vi que adelante estaba lleno de barcos. Mínimo una docena”, recuerda.
El aviador naval terminó su ataque y pensó que si mantenía vuelo rasante y escapaba entre las unidades enemigas les iba a dificultar el tiro. Así lo hizo, y en lugar de girar hacia el Estrecho donde corría riesgo de ser derribado, pasó zigzagueando entre todos los buques: la defensa antiaérea de la Flota británica quedó atónita ante tal maniobra y no pudieron dispararle porque se impactarían entre ellos.
En efecto, los ingleses cesaron el fuego momentáneamente, pero lo reiniciaron una vez que su avión había pasado, tratando de darle mientras se alejaba. Se había metido en la boca del lobo. Lo hizo con una mano en el bastón de comando y la otra en el sistema de asiento eyectable, listo para accionarlo, ya que algún impacto directo no le daría mucho tiempo.
Tras sobrepasar una elevación quedó a resguardo. En ese instante, un pensamiento se cruzo por su mente: “Si voy a Puerto Argentino y digo que hay muchos buques, me van a decir que está bien, que habrá cuatro o cinco”, destacó el piloto.
Entonces, decidió volver al lugar en un último sobrevuelo, con la intención de identificar y ubicar a cada una de las Unidades británicas en un anotador que llevaba en la rodilla derecha. Apuntó 12, pero había más.
Emprendió el regreso a Puerto Argentino. A las 10,45 aterrizó y, cuando el Aermacchi se estacionó en un costado de la pista, el Capitán Arce se acercó a la máquina. Crippa había comenzado a bajar por la escalerilla y en su cara se reflejaba toda la tensión del momento vivido.
-¿Así que están ahí? –le preguntó Arce. -Si señor –respondió- tienen todo tipo de barcos. Nunca pensé que los iba a encontrar en ese lugar y en esa cantidad.
Por la tarde y luego del informe elevado por el Teniente Crippa, una sección de tres aviones A4Q de la Armada Argentina despegó desde Río Grande para atacar el desembarco en el Estrecho de San Carlos.
“Yo me preparé para defender a mi país. Confiado en hacer lo que me gustaba. Simplemente hice lo que yo me comprometí a hacer. Cumplí con lo que me había comprometido: defender la bandera hasta perder la vida si fuera necesario”.
Crippa fue condecorado con la Cruz al Heroico Valor en Combate por “demostrar excepcional capacidad profesional y arrojo al observar el desembarco enemigo en puerto San Carlos y atacar de inmediato con su aeronave en forma individual, pese a la oposición enemiga, una concentración de Unidades navales y de desembarco, hasta agotar su munición, produciendo severas bajas”.
En una exposición que realizó Crippa junto a Allan O’Mill (un reconocido pintor italiano de litografías de la guerra) se presentó en 2018 un cuadro sobre su ataque en solitario a la Flota inglesa. Cuando narró su historia del anotador de rodilla, en donde hizo el dibujo a mano alzada de la posición de los buques ingleses, entre el público se puso de pie Julio Bardi, quien al momento de la Guerra de Malvinas era Teniente de Fragata, con un papel en la mano. Era el dibujo original que hizo Crippa aquel 21 de mayo de 1982.
Bardi lo había atesorado y guardado durante 36 años, esperando el momento de poder entregárselo a su autor. De pie, con el dibujo histórico, le dijo a Crippa: «Quería entregárselo personalmente”. Owen no pudo contener las lágrimas mientras Bardi se lo entregaba. Luego se fundieron en un fuerte abrazo.
Semanas después de recibirlo, Crippa se presentó en la Base Aeronaval Comandante Espora para llevar adelante una charla para todos los oficiales. Al cierre, sacó de su bolso un sobre que contenía este dibujo y se lo entregó en mano al Director del Museo de la Aviación Naval, para que lo resguarde en una de las salas.
Hoy, aquel dibujo clave para los sucesivos ataques posteriores de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea Argentina, forma parte de la muestra permanente que el Museo de la Aviación Naval tiene sobre la Guerra de Malvinas.
Pódcast: «74 días. La Guerra de Malvinas»
Para escuchar el testimonio del teniente Crippa y conocer más sobre la valerosa actuación de la Aviación Naval en la guerra, entrá al episodio 5 «Alas de fuego», que ya está disponible en este sitio web y Spotify.
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