Una aclaración previa: pido disculpas por romper una de las reglas básicas del periodismo, en esta columna, varios pasajes son autorreferenciales y no tienen una secuencia lógica, está escrita desde el sentimiento.
En el programa de entrevistas que a la medianoche hace Luis Novaresio, a todos los entrevistados les pregunta sobre el final “entra por allí tu papa, ¿qué le decís”. Si la pregunta me fuese hecha, diría “lo extraño”. A pesar de que se fue hace muchos años, era yo, apenas adolescente. Me enoje con la vida. Y con la muerte. La insulté. La muerte siempre nos duele, nos mortifica, nos interpela. Es arbitraria, injusta, cruel. La única certezas que tenemos cuando nacemos, es que vamos a morir. Antes, después, sucederá. La vida es una rueda que un día se detiene en la muerte. Por eso, un día se me ocurrió definirla como “vieja”. Si, “muerte, estas vieja”. Eres predecible, lo sabemos, siempre nos vas a ganar. Pero no puedes llevarte todo, te llevaste a mi papá, pero no pudiste llevarte el recuerdo, sus enseñanzas, su bondad, su ejemplo.
El Padre es una obra teatral de Zeller estrenada en el 2012 en el Theatre Héberlot en París. Se estreno en sesenta países. En el 2016 fue estrenada en Buenos Aires, con la excepcional actuación en un su último trabajo, de Pepe Soriano. La magnífica obra es una muestra sobre cómo el teatro se afirma en su condición esencial ligado a la actuación como motor de una experiencia sensible en el espectador, una sensibilidad para nada lastimera, menos aun en la vertiente de los golpes bajos. El Padre es un drama. En síntesis trata sobre el Alzheimer que sufre El Padre y los vínculos que se establecen a partir de la enfermedad. Está el deterioro constante del protagonista, pero sobre todo el de los vínculos afectivos más cercanos. El conflicto lo tienen ellos, no el protagonista, con quién el espectador parte de una visión del mundo compartida con él, con Andrés, el protagonista principal. Así, a medida que transcurre la obra, el espectador, se ubica, al igual que Andrés, en un lugar destemplado, si uno es padre es inevitable no contemplar la fragilidad de Andrés como territorio posible del ciclo de vida. La obra en definitiva da cuenta del amor, incluso, escondido en cada despedida. El elenco, impecable, pero imposible no resaltar la exquisita actuación del protagónico, Andrés, interpretado por un Pepe Soriano que excede lo escénico. Pepe Soriano, hizo la obra con 87 años, un “viejo” talentoso que interpretó en el teatro a un viejo estropeado por el Alzheimer, que vivía el drama de no comprender o lo que es peor, de comprender a medias y de a ratos. Pero eso es en el teatro, en la vida, Soriano no hizo solo teatro, sin esconder que la vejez es la vida yéndose un poco más rápido, sencillamente la vivió construyendo en cada instante. A sus 87 años protagonizó a Andrés, lo que implicó evaluar un guion, memorizarlo, ensayarlo, y hacer el esfuerzo de subirse a escena cinco funciones en la semana. O sea, vivir como a los 30, a los 50, pero mucho después. Pepe Soriano no encajaba en la figura de un anciano entregado a los estragos del olvido o a las iniquidades de la senectud. Apasionado, estudioso, activo, desafío las distintas categorías con que se denominan a los mayores: adultos mayores, integrantes de la tercera edad, ancianos, longevos o esa palabra cruel, gerontes. Ahora en boca de muchos libertarios “viejos meados”. Justamente, recordaba todo con precisión desprestigiando a sus 87 años los dictámenes de la gerontología. Puede mirar hacia atrás pero sin cancelar el futuro. Barba rala, ojos claros intensos y en el cuerpo una vitalidad que deslumbra. Al final de la obra, cuando salió a saludar, Soriano hizo pases de baile como queriendo decir “el viejo es el personaje, yo soy Pepe Soriano”. Su actuación desbordaba los limites de las tablas, dijo antes de morir a los 93 años, que el protagónico de El Padre lo ayudó “a comprender la fragilidad de la vida”. “Me llevo bien con la vejez, he transcurrido aceptando cada momento, soy un hombre grande y vivo como tal, lo que agradezco a la vida, a Dios, es estar lúcido”.
En otra geografía alguien tan activo como él, a la misma edad, Clint Eastwood dice “mi secreto es mantenerme ocupado, nunca dejo que el viejo entre en casa”. Como a Soriano, la madurez llenó de lucidez su mirada, “la vida es lo por venir, no lo que fue, lo que nos hace vivir y querer la vida es el futuro, y el futuro se construye con proyectos”. Clint Eastwood tiene 95 años. Se es viejo cuando se vive más de recuerdos que de proyectos. Otro “viejo” memorable dijo, cuando le preguntaron la edad, “tengo la edad de mis proyectos”.
La edad cronológica es una forma jurásica de juzgar a las personas. Se “ve” al viejo como un enfermo senil, asexuado, pasado de moda, discapacitado, sin derecho y sin pertenencia. Se lo considera como gasto para la sociedad y que no contribuye en ella porque no produce. De alguna forma se lo ve como una persona que no tiene los mismos derechos que el resto. Sin embargo, la vejez nos iguala, es el lugar al que todos vamos a llegar. Llegar a viejo no es sinónimo de jubilación, de retiro. Allí están, Woody Allen, Norma Aleandro, Luis Brandoni, Serrat, Los Stones o Paul Mc Carney, simplemente geniales. Contrariamente a los “viejos meados” de los libertarios, como dice un pasaje de El Enternauta “lo viejo funciona”.
Ingmar Bergam dijo “envejecer es como escalar una montaña, mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y más serena”. Es cierto, envejecer achica el horizonte, pero la vejez se puede vivir con intensidad aunque la vida no sea como la de los jóvenes. Desde ya, distinta, ni mejor, ni peor: simplemente la vida a esa edad. El horizonte de la vejez se va ampliando, pero, lamentablemente nuestra época solo gira alrededor de la juventud. A pesar de eso, viejo es el viento y sigue soplando. Concluyo con una licencia poética que canta Serrat, otro “viejo”……
“…..si no estuviese tan oscuro,
a la vuelta de la esquina
o simplemente si todos
entendiésemos que llevamos
un viejo encima,
quizás, llegar a viejo,
sería todo un progreso
un buen remate
un final con beso….”