El altercado sufrido por un vecino a quien le habilitaron una disco al lado de su casa a través de una ordenanza especial, reavivó la necesidad de contar con una legislación –y control- actualizada en relación a la noche cañadense.
Por Mario A. Chiappino
Carlos Verdichio es un conocido vecino cañadense. Bajista, rockero, chef. Un tipo grandote y querible que terminó sacado violentamente por 2 patovicas el último sábado de julio del nuevo boliche que se abrió en calle Oroño.
Años atrás en este lugar funcionaba la Unión Ferroviaria, cuando había trenes y empleados ferroviarios, y fiestas familiares. Curiosamente en el lugar funcionó tiempo después el Globo Rojo, primer esbozo de la transformación de los tradicionales bailes de clubes en las actuales discos. Cuando la dinámica colectiva de los bailes paso a ser ocupada por la lógica de los empresarios de la noche, y el capitalismo empezó a ganar su primera batalla cultural.
Pasaron también por allí otros esbozos de boliches bailables hasta éste último, mientras la sociedad también iba cambiando. De las chicas que iban al baile acompañadas por la mamá y se sentaban con una gaseosa en la mesa a esperar que las saque a bailar cabeceando desde lejos algún galancito de turno, a las previas y after de hoy ha pasado mucho tiempo.
Son abismales las diferencias culturales de aquellos y estos jóvenes, de aquella sociedad y esta, aunque hayan pasado “solo” 50 años.
De modo tal que la legislación no sólo necesita actualizarse, sino que necesita entender pero a la vez ponerle reglas a estos cambios culturales, cada vez más profundos y cada vez más veloces.
Pero volviendo al hecho, sucede que el nuevo boliche no cumplía con la ordenanza que establece que debe estar a más de 100 metros de lugares como sanatorios, iglesias, escuelas o casas velatorias. A menos de una cuadra hay una casa velatoria, que impediría que se pueda habilitar. Pero sucede que la casa velatoria tampoco está bien habilitada, porque no cumple con la ordenanza que establece que el féretro debe salir en el coche fúnebre desde dentro del local. Como la casa ya funcionaba cuando se modificó la ordenanza se le dio una habilitación especial, y ahora, lejos de solucionar este problema, el concejo le da otra habilitación especial al boliche para no ser “injusto”. Suena increíble, pero es real. Algo así como legislar de acuerdo a las necesidades de cada uno para que nadie se enoje. O una interpretación marxista de cómo aplicar la legislación. Pero no de Carlos sino de Groucho Marx, por aquello de “tengo mis principios, pero si no les gustan tengo otros”.
Mientras tanto no existe en la ordenanza que regula a la noche cañadense ninguna disposición que tenga en cuenta la opinión de los vecinos, quienes finalmente son los más afectados por lo que genera un boliche bailable, no sólo por la intensidad de la música, sino también por todo su entorno. Desde la problemática del tránsito a los serios inconvenientes que se dan a la entrada y a la salida, generalmente sin controles de ningún tipo.
A diferencia de lo que ocurre en Rosario donde hay un registro de oposición por el cual si un porcentaje de los vecinos linderos al emprendimiento se opone el boliche no se puede habilitar, acá no hay una línea en la legislación que tenga en cuenta esta posibilidad.
Volviendo al hecho, Carlitos Verdichio había ido a trabajar y cuando volvió con su auto cargado de cosas se encontró con que un auto mal estacionado tapaba la entrada a su garaje. Pidió que llamaran al dueño del auto por los equipos de sonido del bar, y luego de más de una hora de espera se quiso meter al boliche para buscarlo personalmente.
Allí se encontró con la respuesta nada amable de los patovicas del lugar, que lo agarraron del cuello y lo sacaron en andas a la calle. Y allí apareció otra de las problemáticas comunes a la noche y aún no resuelta: el rol, control y actuación del personal de seguridad.
Porque aunque hay una legislación provincial vigente, de acuerdo a lo afirmado por el titular de la Guardia Urbana Municipal Darío Climaco, “ninguna de las personas que desempeñan tareas en la región cumple con estos requisitos”, de modo tal que no hay una seguridad absoluta de quienes desarrollan esta tarea, en la que tienen que lidiar habitualmente con menores.
La situación es más compleja aun cuando se trae personal de otras ciudades como Rosario, mucho más afectos a la rudeza en el trato que lo locales. Esto ya ha generado numerosos conflictos con jóvenes que han sido sacados violentamente de algunos boliches e incluso denuncias por discriminación nunca resueltas.
Lo cierto es que la noche cañadense ha presentado otros interrogantes que ameritan una gran discusión comunitaria y la necesidad de establecer nuevas formas de convivencia y una legislación acorde a ella.
Entre estos interrogantes están las llamadas fiestas privadas, en realidad fiestas públicas organizadas en espacios privados, que seguramente volverán con ímpetu apenas llegue el calorcito. Y si bien para estas fiestas hay desde hace algún tiempo una legislación y cierto control, está claro que los espacios al aire libre traen aparejada otra problemática en cuanto a sonido y ruidos molestos, al igual que los riesgos del clima y las tormentas. Y esto siempre y cuando estén habilitadas, porque muchas de ellas se hacen en la clandestinidad y los problemas son mucho mayores.
También está el tema de los pubs, cuya diferencia con las discos está solo en la habilitación, porque en los hechos termina siendo imperceptible, o los bares que se transforman en pubs después de la una de la mañana o los maxikioscos que se hacen bares de previa y luego pubs.
Todo es complejo y dinámico, como la sociedad misma. La misma dinámica que necesitan tener los concejales y funcionarios a la hora de legislar y controlar, antes de que pase algo grave y terminemos culpando a la noche, a la playa o a la lluvia.