UNA CARTA ABIERTA AL PUEBLO DE CAÑADA DE GÓMEZ:
Hoy nuestro pueblo perdió la poca dignidad que le quedaba. En una interminable serie de incontables juergas, nuestro pueblo ha vuelto a demostrar, una vez más, lo que es: Un pueblo.
Por Federico Montani
Cañada de Gómez acaba de cumplir 100 años como “ciudad”. Desde que el 7 de octubre de 1922 fuera declarada como tal por una camarilla de burócratas locales y provinciales, este pasado 7 de octubre de 2022 se ha cumplido un siglo de aquella falsa declaratoria. En Argentina, para que un pueblo se convierta en una ciudad debe superar los 10.000 habitantes.
Pero aquel 7 de octubre de 1922 en que Cañada de Gómez “dejó de ser” pueblo y se convirtió en “ciudad”, ésta no contaba con dicha cifra, sino que, contaba con menos. Se estima que, en aquel entonces, la cantidadreal de habitantes de Cañada de Gómez era de, un poco más, un poco menos, 7.000 mil habitantes. Pero de ninguna manera llegaba a los 10.000 habitantes y mucho menos, los superaba.
La verdadera razón por la que se declaró “ciudad” a un pueblo como Cañada de Gómez fue porque, en aquel entonces, en los pueblos de la Provincia de Santa Fe a los presidentes comunales se los elegía localmente mientras queen las ciudades de dicha provincia los intendentes no. Los intendentes eran elegidos “a dedo” por los gobernadores de la provincia. Es decir, se trataba de una cuestión política en la que el gobierno provincial de turno y su partido político ampliaban los márgenes de su poder al designar a los intendentes de las ciudades santafesinas. Bajo ese sistema, para el gobierno provincial santafesino siempre iba a ser más negocio tener ciudades en su territorio y no pueblos, ya que sobre los pueblos su incidencia era menor, mientras que en las ciudades era mayor, mucho mayor. En las ciudades santafesinas, el intendente era como una especie de embajador del gobierno provincial y su partido político.
En el caso de Cañada de Gómez, ubicada en la Provincia de Santa Fe, en aquel entonces el gobernador de dicha provincia era Enrique Mosca por la Unión Cívica Radical. Entonces, para extender los límites del poder del gobierno y su partido, se declaró “ciudad” a Cañada de Gómez y se nombró como su primer intendente a Ricardo Andino, un hombre que no había nacido en Cañada de Gómez y que ni siquiera vivía en la flamante “ciudad”. Andino era de Correa, un pueblo aledaño a Cañada de Gómez. Además, su nombramiento quebrantó la Ley Orgánica de Municipalidades que exigía, como mínimo, 2 años de residencia en una determinada localidad para poder ocupar cargos públicos en la misma. Una de las cosas que se recuerdan de Andino es que llegaba por la mañana temprano al despacho y al mediodía se volvía a Correa, su verdadero pueblo. Con semejante “comienzo” para la flamante “ciudad”… ¿Qué podría salir mal?
No puedo evitar preguntarme: ¿Cuántas estupideces se habrían evitado si a los intendentes en vez de elegirlos “a dedo” el gobernador, hubiesen sido elegidos desde siempre por el voto de los ciudadanos? ¿No se supone que de eso se trata la democracia? Por suerte, los tiempos cambiaron y las leyes, también.
Además, otra de las verdaderas razones era que los impuestos aumentarían ya que, por lógica, las ciudades tributan más que los pueblos. Y no hace falta que diga, cuanto le gusta al gobierno cobrar impuestos y más, si estos vienen con aumento. Y para colmo, la mayoría de los cañadenses estuvieron en contra de que Cañada de Gómez “dejara de ser” pueblo al ser declarada “ciudad”.
Y al respecto de esto último, cito el trabajo del historiador e investigador, Pablo Di Tomaso:
“El 6 de octubre de 1922 en las puertas del Edificio Comunal de Cañada de Gómez, se lee un comunicado anunciando que el día siguiente será feriado en la Cañada, a raíz de que esta sería a declarada como ciudad y que, por tal motivo, contarían con la visita del gobernador de la provincia de Santa Fe Enrique Mosca para dicho evento. Solo se pudo agrupar a un minúsculo grupo de vecinos para organizar una Comisión de Festejos. El 7 de octubre de 1922 a las 17:00 llegó el tren con la comitiva oficial a Cañada de Gómez, las autoridades fueron caminando desde la estación hacia la flamante sede municipal acompañadas por un pequeño grupo de cañadenses que, con banda y todo, no era mayor al de cualquier funeral de un vecino querido. Llegados al edificio se tomó lectura del decreto correspondiente y alrededor de las 20:00 se realizó un banquete en los salones de la Sociedad Suiza donde concurrieron 110 personas, 45 de ellas funcionarios oficiales, empleados públicos y simpatizantes, el resto sólo vecinos. Después del banquete, los invitados se dirigieron al Club Social ubicado, en aquel entonces, en la esquina de Lavalle y Moreno, donde en un ambiente distendido, pudieron relajarse y divertirse un poco ante tanta mala onda cañadense”. ¿Hace falta decir más? No lo creo…
Todo esto se trató de una pequeña mentira del tamaño de un pueblo que culminó con una gran farsa del tamaño de una ciudad. La pequeña mentira fue que Cañada de Gómez era una ciudad y no un pueblo. Y la gran farsa en la que culminó esa pequeña mentira, fue haberla declarado ciudad. Y todo esto fue llevado a cabo por un puñado de políticos de poca monta a los que hoy la historia ni siquiera recuerda, que, por sus sucios intereses políticos, partidarios y personales, le mintieron al pueblo en la cara e hicieron lo que se les dio la gana a espaldas del mismo.
Es increíble que después de esta historia, este reciente 7 de octubre de 2022 en que se cumplieron 100 años de la misma, ésta haya sido festejada por el pueblo con euforia bárbara, como si se tratara de la caída del Muro de Berlín. ¿Qué es lo que festeja este pueblo? ¿La mentira? ¿La farsa? ¿La falsedad? ¿La hipocresía? ¿El engaño? ¿La ignorancia? ¿El desconocimiento? ¿La mediocridad?
Sí, festeja todos esos adjetivos porque la mayoría de sus habitantes los tienen, pero, por sobre todas las cosas, festeja la estupidez. Cañada de Gómez festeja la estupidez. Y como no va a hacerlo, si en Cañada de Gómez la estupidez es alentada, incentivada, promovida, fomentada y premiadapor la municipalidad y sus funcionarios, que hacen alarde de sus pequeños, insignificantes e inexistentes puestitos como si estos fuesen un mérito o un privilegio, cuando en realidad son unos pobres don nadie, frustrados y fracasados que encontraron un salvavidas existencial en la politiquería pueblerina. Si se creen algo por ser funcionarios de un pueblo del interior de un país subdesarrollado y del tercer mundo, imagínense lo que llegarían a creerse si fuesen funcionarios de grandes ciudades de países desarrollados y del primer mundo. Por suerte esto último queda en el terreno de las suposiciones y de ahí no pasará, a menos que estos sujetos sean capaces de venderle sus almas al diablo.
En Cañada de Gómez la estupidez es la regla, no la excepción. Si los cristianos nos regocijamos en El Señor, Cañada de Gómez se regocija en la estupidez. Por eso, para este aniversario centenario de la declaratoria de “ciudad” de Cañada de Gómez, se han llevado a cabo incontables e innumerables juergas pueblerinas que festejan lo que este pueblo nunca fue, una ciudad. Todas estas juergas pueblerinas comenzaron incluso antes de que llegara la tan ansiada fecha; para los olvidadizos meses antes, mientras que, para los memoriosos, años antes.
Y vaya uno a saber cuánto dinero se ha gastado ya en celebrar la estupidez. Pero lo que, si se sabe y a ciencia cierta, es que ese dinero, es el dinero público. Es decir, el dinero de los contribuyentes, el dinero de todos nosotros, que pagamos religiosamente los impuestos para que luego sean dilapidados en la celebración de la estupidez. ¿O acaso alguien cree que los que manejan el municipio se metieron la mano en el bolsillo y pusieron su propio dinero, ese sí privado, para llevar a cabo toda esta juerga pueblerina?
Por eso, le pregunto al pueblo de Cañada de Gómez: ¿Cuán bajo están dispuestos a caer? No sean estúpidos y abran los ojos, el rey está desnudo y casi nadie lo ve. No se conformen con poco, con tan poco, con nada. Háganse valer y vuélvanse dignos, sean merecedores de algo más, de mucho más, de todo. Tomemos a este pueblo y convirtámoslo en una ciudad, sin comillas. En una verdadera ciudad. Hagamos de Cañada de Gómez, una utopía: Podemos ser mejores…
Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja