Solemos decir que una imagen vale más que mil palabras. Cristina espera sentada para votar en una silla de plástico. Veinte años de centralidad política y cultural concluye en una debacle social y económica sin precedentes. El fracaso se hizo en nombre del Estado presente, del progresismo, de la inclusión, de los derechos humanos, de la justicia social. La idea de que las elecciones se ganan con un bono extra a los jubilados o bajando el piso de ganancias quedó en la historia.
El discurso protector del peronismo huele a naftalina. Ofrecer una visión del Estado como igualador social, apelar a la acción colectiva de los riquísimos burócratas sindicales y de los movimientos sociales poco tiene que ver con las sufridas, cortadas y atomizadas vidas de cada vez más personas.
El clásico discurso populista del peronismo es una foto color sepia, y esa sensibilidad difusa con la que el kirchnerismo quiso modernizar el lenguaje, llamado progresismo, hoy suena a hueco. Peor aún, suena como una pantalla para encubrir privilegios. El enorme drama social ya no se resuelve con más gasto, un nuevo “plan platita”, la mentira del Estado presente o la boutade intelectual de igualar derechos con el lenguaje inclusivo. Fue, en gran parte por eso, que el enorme voto castigo lo encarnó justamente quién repudia todas esas ideas.
Ni los encuestadores que se decían a eso, ni los políticos que los contratan, tampoco nosotros los periodistas, lo vimos venir. Nadie se dio cuenta lo que estaba pasando en la sociedad. Atrás quedaron enterrados conceptos como “territorialidad”, “fiscales”, “aparatos”, sin los cuales se creía imposible ganar una elección. Milei, el candidato lunático que había hecho agua en todas las elecciones precedentes, juntando votos de todos los sectores, se llevó las PASO. Con dos mensajes muy asertivos, la casta y la dolarización, captó votos de todos los colores, en particular en el sector de los jóvenes, que no piensan en categorías sepultadas debajo los escombros del Muro de Berlín, como son izquierda y derecha, sino en lo opuesto a lo que hablan o les interesan a los políticos y que en nada los ayuda a mejorar su calidad de vida. Con hipocresías al por mayor, lo único que parecía importarles a los políticos eran las listas, las peleas por las candidaturas, hacer prevalecer sus egos, construir una política de interés personal. Alejados de la gente ni siquiera percibieron que antes de las PASO el gran protagonista era el ausentismo.
Cuarenta años atrás la gente le pedía a los políticos querer votar. Hoy los políticos le deberían pedir a la gente que vayan a votar. En ese contexto en rigor no debería llamar la atención lo de Milei. Ante los resultados del domingo pretender caracterizar a la sociedad como corrida a la derecha es una simplificación. Se sufraga por simpatía personal, por hartazgo, por descarte o bajo emoción. Era muy probable que la crisis descomunal del gobierno de Cristina, Alberto y Massa tuviera, con la fuerza del péndulo, una contundente respuesta antitética.
Es cierto que en términos políticos nunca hay que dar por muerto a nadie. Pero todo parece indicar que el kirchnerismo como la última franquicia del peronismo huele a cala. No el peronismo que seguramente buscará nuevos liderazgos y logrará emerger bajo una nueva franquicia, como lo hizo a lo largo de toda sus historia. Milei, quién se autodefine como “bilardista” dijo “todavía no ganamos nada” . El voto de Milei es un voto negativo, es un voto no contra un partido u otro, es un voto contra toda la política sintetizada en el asertivo vocablo “casta” por parte del libertario.
Ahora, cuando se juegue el partido definitivo, donde se juegue el poder de verdad y el destino del país, ¿esos votos negativos se trasformaran en positivos? Eurípides escribió “no sucede lo esperado, es lo inesperado lo que acontece”. Me tomo el atrevimiento de cambiar los tiempos: en las PASO no sucedió lo esperado, aconteció lo inesperado.