Con total honestidad intelectual y evitando caer en el facilismo de “hacer leña del árbol caído”, resulta imprescindible abordar en mayor profundidad las causas del claro revés electoral que experimentó el oficialismo local encabezado por el intendente Matías Chale en las recientes elecciones a concejal en Cañada de Gómez.
La derrota no puede leerse como un hecho aislado ni explicarse únicamente por factores coyunturales. Por el contrario, parece condensar una serie de desconexiones acumuladas entre el gobierno municipal y amplios sectores de la ciudadanía. Aunque Chale sostuvo una agenda cultural activa y sostenida, ese componente de la gestión no logró compensar otras carencias más estructurales percibidas por el electorado.
Uno de los señalamientos más reiterados apunta a la ausencia de obras públicas de verdadero impacto. La comunidad esperaba proyectos transformadores, inversiones en infraestructura o mejoras tangibles en la calidad de vida que nunca se concretaron.
A ello se le sumó una marcada lentitud en adoptar políticas audaces o rupturistas capaces de renovar el vínculo entre el Estado local y sus vecinos.
Otro aspecto preocupante ha sido el ensimismamiento del gabinete, que a ojos de muchos se mostró poco permeable al diálogo con sectores de pensamiento diverso. Ese aislamiento derivó en un desgaste progresivo del respaldo político que, combinado con el escaso dinamismo de algunas áreas clave, terminó pasándole factura al oficialismo en las urnas.
El ostracismo comunicacional o, peor aún, la ausencia de una narrativa sólida y convincente también contribuyó a erosionar la conexión emocional con la sociedad. En la era de la sobreinformación, no comunicar es prácticamente equivalente a no existir. A esto se añade un factor exógeno, aunque relevante, que es la impopularidad del presidente Javier Milei a nivel nacional, cuya figura genera reacciones encontradas y cuya sombra parece haber influido de forma indirecta en la percepción del gobierno local, al estar vinculado, aunque tácitamente, a ese espacio político.
El papel de la Secretaría de Gobierno merece un capítulo aparte debido a su evidente ineficacia. Llamada a ser el corazón político-operativo de toda administración, estuvo lejos de liderar procesos, articular con otras áreas o canalizar demandas sociales. Según múltiples actores locales, su desempeño fue errático, burocrático y opaco. La falta de reflejos ante conflictos cotidianos, la escasa presencia territorial y el visible desgano para ejecutar decisiones estratégicas la convirtieron en un cuello de botella institucional. Esta debilidad no solo entorpeció el funcionamiento integral del Ejecutivo, sino que también erosionó la autoridad del propio intendente, proyectando una imagen de gestión fragmentada y descoordinada.
A este cuadro se suma una figura política de peso histórico y simbólico en la ciudad: Estela Clérici. Exintendenta y actual concejal electa con un respaldo contundente, su presencia marca un contraste directo con la gestión de Chale. Lejos de retirarse de la escena, Clérici sigue proyectando influencia y capital político. Su triunfo reciente no solo reafirma su gravitación electoral, sino que plantea una especie de «sombra política» que condiciona al oficialismo actual. Más aún, su estilo de gestión recordado por muchos como activo, territorial y con una fuerte impronta personal se convierte, por contraste, en un espejo incómodo para la administración en funciones.
Así, el revés electoral, no representa únicamente un resultado negativo en términos numéricos. Es, más bien, el síntoma de un ciclo político que exige una revisión profunda. Chale aún cuenta con tiempo y legitimidad para reenfocar su administración, pero ello requiere tomar nota con humildad y firmeza del mensaje que los votantes expresaron sin ambigüedades: para gobernar, hace falta mucho más que una agenda cultural sostenida.