Por Juan A. Frey
«Pese a todo el poder económico, militar y tecnológico de las naciones, este pequeño microbio nos ha humillado», manifestó Ghebreyesus y apuntó que todos los países, «ricos y pobres, grandes y pequeños», se enfrentan a desafíos para lidiar con el virus.
Con estas afirmaciones, Tedros Adhanom Ghebreyesus presidente de la Organización Mundial de la Salud abrió la septuagésima tercera Asamblea Mundial de la salud que comenzó el lunes 19/5/2020 en Ginebra.
A más de seis meses de haberse producido los primeros casos según información oficial en Wuhan, capital de la provincia de Hubei de la República Popular China; el 11 de marzo de este año la OMS declara pandemia a este tipo de neumonía desconocida.
A partir de entonces, un tsunami de epidemiólogos, médicos, científicos, especialistas, opinólogos y periodistas, tratan de acertar el origen, características, síntomas, tratamientos y manejo sanitario del “microbio”.
La falta de certidumbre y claridad no solo por parte de la OMS sino de los especialistas, han convertido a este virus en uno de los hechos más relevantes e insólitos de la historia contemporánea. Los niveles de contradicción, improvisación y desconocimiento sobre el tema es lo más claro que hasta ahora queda evidenciado a la hora de tomar medidas y decisiones para afrontar este problema.
Desde la metodología para cuantificar el mecanismo y seguimiento del contagio por parte de las autoridades sanitarias, la falta de infraestructura, la carencia de un sistema de detección efectivo de la enfermedad, y la cambiante semántica para definir síntomas, comportamientos preventivos y los riesgos que acarrea, desnuda la lamentable realidad que el actual esquema de salud mundial hoy por hoy exhibe.
No están exentas a esta realidad, las hipótesis conspiranoicas como tampoco los tironeos políticos sobre las derivaciones económicas, los tiempos adecuados de la cuarentena, los niveles de confinamiento y la exacerbación del miedo por parte de los medios de comunicación.
Un verdadero combo explosivo que no solo alimenta la confusión, sino que también a los pescadores del río revuelto en este maremágnum de información cruzada. Marchas y contramarchas, internas y un tufillo a negocios con la posibilidad de vacunaciones compulsivas y obligatorias se suman al actual panorama del Covid19.
Por otro lado, aparece el fantasma del recrudecimiento del contagio y luego de los más de ciento veinte días de un mundo virtualmente cerrado, la necesidad de certificar sanidad con testeos masivos de dudoso resultado so-pena de ser considerados “sospechosos” a la hora de viajar, caminar, salir de compras, educarse, subir a un avión o ejercer el derecho constitucional de circular; los protocolos hoy son los protagonistas casi exclusivos de nuestra experiencia existencial.
Una bomba neutrónica explotó en medio de la sociedad mundial, dispersándola, alejándola, desintegrándola y aplastándola en nombre del coronavirus.
Nos taparon la boca, las esperanzas, la confianza y el amor entre nosotros; un sinnúmero de derechos civiles están siendo avasallados en el ámbito político-pandémico, más el inevitable quebranto económico mundial.
Quedate en casa, no reclames, no preguntes, no cuestiones y fundamentalmente no averigües por que murieron, ni se te ocurra pedir autopsias.
Fase 1,2,3,4 y 5 de la desintegración social, de sus valores más sagrados, de su historia y sus baluartes, reinventamos los viejos leprosarios y denunciamos a nuestros vecinos; fosas comunes, féretros en la calle, cremaciones y la lastimosa impotencia de los enfermos.
Protocolos y barbijos que parecen habernos despersonalizado, callado y escondido deambulando como zombis “la nueva normalidad” del sin sentido.
La paciencia social ha llegado a su límite máximo y ya no habrá vacuna que la pueda curar.
La pregunta del millón… ¿Está siendo bien gestionada esta “pandemia”?