En Cañada de Gómez la historia política no avanza; hace un remolino. Uno podría creer que el ciclo electoral trae renovación, nuevas lógicas, aire fresco… pero no.
Aquí, cada tanto, se levanta la misma polvareda, reaparecen los mismos protagonistas y vuelve ese manual político que ya debería estar sepultado; pero insiste en sobrevivir como si fuera un patrimonio cultural local. Con la asunción de los dos concejales del bloque “Trabajando por Cañada” que trabajan, sí, aunque no necesariamente para Cañada y su gente sino para la reaparición estelar de la exintendenta Clérici como presidenta del Concejo Deliberante, la ciudad observa cómo el kirchnerismo doméstico vuelve a instalar su campamento con la tranquilidad del que cree que nunca se fue del todo.
Y con su regreso, también revive su metodología favorita; el mecanismo intervencionista, ese arte de meter la cuchara incluso donde no hay sopa; la vieja ingeniería prebendaria que combina favores, advertencias suaves y promesas oportunamente condicionadas, y el amiguismo que se disfraza de “gestión inclusiva” mientras acomoda sillas según devociones personales. Todo, por supuesto, bajo la lógica sagrada del “todo por un voto”, frase que en Cañada funciona más como dogma que como guía política.
Lo que empieza a perfilarse es un paisaje más áspero, más intolerante en la disidencia. No veremos carteles en los altares, cierto, pero tampoco veremos instituciones libres de presión. Cada espacio público y cada organismo empezará a sentir el zumbido incómodo de la exigencia de “definirse”, ese pedido no explícito pero siempre presente de dejar en claro hacia dónde inclina sus simpatías. Un sistema de alineación suave, imperceptible al principio, pero lo suficientemente eficaz como para condicionar comportamientos.
Por ahora y solo por ahora el arte queda fuera del radar. Esa pausa en el control cultural puede confundirse con respeto, pero es simplemente estrategia. Porque cuando vuelve un poder que se siente heredero eterno de sí mismo, nada queda completamente al margen. Lo saben los empleados municipales, lo perciben los funcionarios y lo sospecha el actual intendente, cuyas certezas de orden y control territorial comienzan a deshilacharse como tela vieja. Lo que parecía sólido empieza a vibrar; lo que parecía seguro, ahora tiene grietas.
Y claro, algunos dirán con esa resignación casi poética; “Esto es la política”. Pero confunden política con picardía de comité. La política la verdadera necesita ideas, debates, estrategias, decisiones que construyan futuro. Lo que vuelve hoy es otra cosa, la política que prospera en la ausencia de ideas, la que se autolegitima gracias al vacío, la que avanza paso a paso aprovechando la falta de firmeza del adversario. La oposición no irrumpe, simplemente ocupa el espacio que el oficialismo descuidó.
Lo inquietante no es que vuelva el kirchnerismo local. Lo inquietante es que vuelva con el mismo chip, la misma arrogancia, las mismas tácticas, los mismos tics dialécticos y la misma mirada binaria que ya se creía superada. No hay renovación, no hay actualización, no hay autocrítica. Hay repetición.
Cañada de Gómez podría quedar así atrapada en un déjà vu político sin creatividad ni pudor. Un eterno retorno del dedito levantado que, más que gobernar, se dedica a marcar territorio. Y mientras tanto, la ciudad siempre paciente, siempre tolerante mira cómo vuelven los viejos métodos con la misma naturalidad con la que vuelve el invierno, sabiendo que, aunque no nos guste, llega igual.




































