Comienzo este artículo, queridos lectores, con una de las frases más reconocidas del gran dictador argentino que cambió la historia de la población de este país. La cambió para forjar una sociedad estadodependiente y oportunista; la cambió para pasar de ser honestos trabajadores a obsecuentes gobiernodependientes (no todos por supuesto), porque aún quedan (la gran mayoría) personas honestas, trabajadoras y libres.
El viejo Juan Domingo, pregonaba en los años del gran auge del peronismo más rancio, una política donde los simpatizantes de la izquierda latina, podía depositar su romanticismo más soñador, y donde la derecha más rústica, podía encontrar un lugar en el tiempo tras una Argentina desbastada por la corrupción y otras dictaduras; y allí buscaba un respiro. Y allí Perón descubrió que usando a los dos sectores sociales podía dominar a un pueblo que al más evidente síntoma del Síndrome de Estocolmo, se regocijaba en su propio destino, en un destino que aún hoy estamos sufriendo; y que empeora año a año, cuando vemos el sistema de seguridad, el sistema educativo y de salud de este país, desmoronándose con las nuevas generaciones, cuyos padres todavía creen en esa doctrina dogmática que los asocia al ganado.
El neoperonismo, hoy llamado “kirchnerismo”, un movimiento sectario cuyo objetivo es desmoralizar a la sociedad juvenil para poder cooptarlos con sus políticas de seducción, en la que oculta su verdadero interés de reformar a los adolescentes y transformarlos en objetos de consumo, generó a lo largo de los últimos años un comportamiento ambiguo en los jóvenes de hoy; y que arroja aún en estas generaciones al “joven de cristal”, inmerso en un analfabetismo sistemático, el desinterés por la política honesta, el desinterés por su propia formación académica, el desprecio por las autoridades y el autoabandono de sus propias culturas y convicciones.
En la actualidad vemos, la masificación de los adolescentes eternos, hablar, actuar y hasta consumir una cultura a la que no solamente no pertenecen sino a la que ellos mismos aborrecen a la hora de saberse que al menos “no son honestamente así”, que la educación que recibieron por parte de los padres y abuelos, no es la de hablar como un bruto “trapero de una villa” (aclaro que hay que diferenciar aquellas personas que viven en zonas suburbanas y que son honestas, trabajadoras y educadas) y que son muchas veces vilipendiados por aquellos seres oscuros y siniestros que matan, delinquen y hasta comercializan con sus propios hijos; y que le dan mala fama a los barrios carenciados.
Detengámonos a observar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes de hoy. Hablan como si fueran orangutanes emulando a esos personajes oscuros como L-Gante o el simil estúpido de Bad Banny. Los pibes de hoy, criados en hogares con amor y contención, actúan como delincuentes comunes y se jactan de admirar a Pablo Escobar o la escoria interpretada en series como “El Marginal”, creyéndose “malos y salvajes”; “rudos y valientes”; pero aún viven con sus padres, muchos de ellos son mantenidos por éstos e incluso duermen hasta el mediodía y piden dinero a la familia para poder consumir la basura que el sistema les impone… y los adultos dejamos que eso pase.
El marginal es un producto que consumen los adolescentes porque carecen de identidad y buscan referentes que ellos creen que los representa; aunque ninguno de los pibes de los que van vestidos como raperos del Bronx por las calles, y son nenes de mamá en la casa; van a gritar que los ayudemos, aunque esa actitud de inmaduros y contradictorios es el gran llamado silencioso de auxilio, y es hacia nosotros. Despertemos… No tenemos que ser amigos de nuestros hijos, DEBEMOS SER LOS PADRES, y la obediencia, el respeto y el mérito, debe ser ley en cada hogar. Recordemos que nuestros hijos son el legado de lo que somos. Recuperemos los valores, imponiendo (sí, imponiendo si es necesario) una cultura de trabajo y respecto, incluso superando por supuesto a las de las generaciones anteriores.
Por eso, no permitamos que nuestros hijos imiten ni siquiera en apariencia a los delincuentes, ni admiren a los mafiosos ni se dejen arrastrar por la escoria, porque naturalizar la cultura “villera” como un baluarte de inclusión no es ser un progre; sino un adulador de la estupidez humana, el analfabetismo sistemático, la aceptación de la inseguridad y la delincuencia. Entonces, para el delincuente; no al consumo de su cultura; al delincuente ni siquiera justicia.