El lugar, un baño de una estación de servicio en Cañada, pero podría ser el de cualquier ciudad del país. Por una cuestión de buen gusto, no voy a describir con lo que me encontré en el lugar, pero imagine estimado lector, lo más escatológico que le brinde su imaginario. Ese lugar, el baño público, como síntesis, como una metáfora, quizá el reflejo de un rasgo cultural de nuestra sociedad. Un amigo, italiano de nacimiento, siempre que nos encontramos, café de por medio, no deja de señalarme “el problema son ustedes, los argentinos”. Refiere en general a la política, pero vale también para otros órdenes de la vida pública y porque no, de la vida en general, ¿es un tema cultural?
Si bien son categorías pasadas, durante años se dividía al mundo en cuatro tipos de países, los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Japón tiene una superficie poco más grande que la provincia de Buenos Aires, cuya tres cuartas partes son montañas y piedras, inhabitable, pero siempre estuvo y está en el top five de los países mejor ranqueados. Argentina con una extensión que la ubica en el octavo país más grande del mundo en términos geográficos, con su pampa húmeda, sus praderas, sus montañas llenas de minerales, su litoral marítimo de 4725 km, con todos los climas, paisajes inigualables, apenas promedia la tabla. La moraleja que sintetizaba esa asimetría era ¿cómo puede ser que Japón que no tiene nada, tenga todo y Argentina, que tiene todo, no tenga nada?
La pregunta sigue abierta y podríamos agregar algunas más. ¿El problema seremos nosotros? ¿Por qué afuera tenemos comportamientos, digamos, más civilizados, como por ejemplo respetar las velocidades máxima, la doble línea amarilla y aquí nos vanagloriamos de ser “transgresores” violando todas las normas de tránsito? ¿Por qué no dejamos de sorprendernos ante la limpieza, el orden, del espacio público y aquí no dejamos monumentos sin vandalizar? ¿Por qué ponderamos la limpieza de los baños públicos y aquí dejamos los baños en las perores condiciones imaginables? Las preguntas siguen y cuesta encontrar una explicación a esos comportamientos, más aún si tenemos en cuenta que desde hace muchos años se viene desplegando una idea, una impronta, que permeó en gran parte de la sociedad y es la adhesión a “lo público”, con consignas que van desde “el Estado presente” a “el Estado somos todos” o “el Estado te cuida”.
Cualquiera que haya tenido la oportunidad de caminar por ciudades como Tokio, Osaka o Kioto, habrá observado rasgos completamente reñidos con la agresividad, la prepotencia, como en alguna medida, rasgos que, se han naturalizado en la vida pública argentina. El respeto y la convivencia armónica son pilares fundamentales en la sociedad japonesa. Es un país que después de los horrores de dos guerras, cultiva el pacifismo en todas sus formas. En las calles se refleja ese espíritu. El respeto y la subordinación a la norma es la regla, no la excepción. La humildad, la actitud servicial se observan a simple vista. La reverencia que es una forma de saludo es un gesto que expresa consideración por el otro, al que se lo trata siempre con cordialidad, delicadeza, cuidado y respeto, tanto en la dialéctica como en la gestualidad. Encontrar un japonés que grite es tan exótico como ver pasear un camello por la 9 de Julio en CABA. Los japoneses son metódicos donde, a las formas, se le atribuyen un valor fundamental. La descortesía se considera una falta grave, no por anticuados (pasados de moda, diríamos aquí y más cuando se lo justifica al Presidente confundiendo lo que es una falta de educación con un “lenguaje disruptivo”) o artificiosos (“caretas” diríamos aquí), sino porque entienden que el respeto al otro es una viga fundamental para el sistema de convivencia. A ningún japonés se le ocurriría dejar sus excrementos en un baño público como está naturalizado aquí. El apego a las normas cívicas, de convivencia se enseñan desde muy temprano en las escuelas. Es un modelo de convivencia armónico y civilizado, junto a un estricto sentido del orden. No se trata de costumbres, sino de valores. El mundial de Qatar vimos como los simpatizantes japoneses se quedaban después de cada partido recogiendo la basura que habían generado en las tribunas. En Japón se venera a los ancestros, tanto en la vía pública como en las familias. Se los considera un enorme capital y una mirada siempre enriquecedora. Sería una falta ética incalificable, una insolencia, una falta absoluta de respeto, llamarlos “viejos meados” como aquí hizo el mileísmo. Es una cultura que pone la armonía por encima del conflicto, y el dialogo por encima de la confrontación. Es la contracara de la agresividad, el dogmatismo y la soberbia kirchnerista que tiene su espejo en el mileismo con la altanería, la arrogancia, la estridencia exhibida desde la cúspide del poder hasta sus militantes.
Desde ya que no es una sociedad perfecta. Conviven con serios problemas derivados de una cultura laboral ultra exigente y competitiva. Y si bien es una solida democracia parlamentaria rige un sistema de partido único con componente religioso donde la figura del emperador, limitada a ritos protocolares, remite a estructuras institucionales anacrónicas respeto al republicanismo moderno. Enfrentan también un problema que ya es común a gran parte del planeta, la baja tasa de natalidad.
¿Se trata de aplicar el “modelo japonés” en nuestro país?. Ciertamente no. No se trata de copiar a otros, pero si de mirar al mundo y la historia con vocación de aprendizaje, alejándonos de la soberbia siempre dañina de los que se creen iluminados. Así como el pescado se pudre por la cabeza, el poder siempre tiene la opción de atizar la crispación o bajar los decibeles, de proponer el dialogo o de dinamitar los puentes, de exhibir humildad o mostrarse altanero y soberbio.
Imaginemos por momentos un gobierno que además de bajar la inflación racionalizar el Estado, sanear las cuentas públicas, reinstalar la idea de orden público, fuera capaz de incorporar el arte de la tolerancia, exhiba templanza, fomente el dialogo, se someta a las normas y reglas institucionales y cultive el respeto y la convivencia. Imaginemos una sociedad que sienta el imperativo de exigírselo a sus dirigentes y gobernantes y que además se capaz de respetar el espacio público, de no vandalizarlo, de respetar las normas, de parar frente al semáforo. ¿Ciencia ficción o posibilidad? ¿o, como dice mi amigo italiano, “el problema son ustedes, los argentinos”?