Desde hace tiempo sostengo que el kirchnerismo fue una mentira muy bien contada. Debajo de los escombros económicos que dejó, debajo de la corrupción como matriz política, quedó algo mucho mas grave y que llevará generaciones darlo vuelta: un legado de profunda degradación ética, de deterioro institucional y cultural. La educación, o como dice el profesor Guillermo Jaim Etcheverry la “tragedia educativa” es parte de ese legado. Después de cuatro gobiernos kirchneristas, ha permeado en amplios estamentos sociales la meritocracia como una falacia, la idoneidad como un valor prescindible, el sentido del deber y la responsabilidad como anacronismos y rémoras de una sociedad conservadora, al igual que la ejemplaridad. Se impuso desde lo más alto del Estado un modelo que combinó corrupción con ineficiencia. Todo detrás de un relato falso.
Un modelo que naturalizó la doble moral, y elevó la ley del menor esfuerzo a dogma. Devaluó la cultura del trabajo, del estudio, del esfuerzo, del mérito e igualó en todos los sentidos hacia abajo. Alimentó un sistema en el que la avivada y el oportunismo cotizaban más que el conocimiento, el estudio y la solvencia moral. Desarrollaron una cultura política que naturalizó el engaño Bajo determinadas premisas como el “Estado presente”, hicieron alarde de una impostura ideológica que en el discurso habla de igualdad e inclusión mientras abusaron de los hechos estando en el poder. El peor legado que excede el descalabro económico que dejaron alcanza la dimensión de catástrofe moral, ética y cultural. Bastardearon todas las causas nobles, entre ellas la educación.
No hace mucho ante la convocatoria de Toyota para su planta en Zarate, se presentaron 1000 aspirantes a cubrir determinados puestos en la automotriz, el 90% no comprendieron la lectura básica de un manual. Por estos días, ante una convocatoria de Techint para su planta en Neuquen se presentaron 10800 aspirantes, el 70% respondió mal, o no las pudo responder. Entre los problemas a resolver: “una maquina produce 20 piezas, ¿Cuántas maquinas se necesitan para producir 100 piezas?”, “si con dos litros de aceite puedo sostener cuatro motores, ¿Cuántos litros de aceite necesito para sostener 10 motores?”. Regla de tres simple, de lo más básica. Esos jóvenes que hicieron fila tienen entre 20/25 años, son el resultado del populismo que todavía anida con Kicillof en la provincia de Buenos Aires, son jóvenes a los que le prometieron un “Estado presente”, la “década ganada”, un “país inclusivo”. Les regalaron notebooks, viajes de egresados, pero no le enseñaron siquiera a dividir y multiplicar. Los eximieron de responsabilidades, a ser exigidos, a esforzarse, a aprender. Eliminaron los aplazos y la repitencia (en parte durante el gobierno de Scioli, que hoy es parte de este gobierno).
Son hijos de un populismo demagógico, del facilismo, Se extraviaron las nociones de esfuerzo, exigencia, merito. Basta con pasar la lupa por el último año de secundario. A diferencia de lo que ocurre en los países del mundo a los que les va mejor, donde el último año es una instancia critica con exámenes muy difíciles, que determinan las oportunidades en el mundo universitario, acá se consolidó el último año de secundario, como un año festivo. Detrás de eso hay una escuela pública deteriorada atravesada por el deterioro social que dejó “la década ganada”. Una escuela pública mas convertida en un centro de contención, desjerarquizada, con docentes que arrastran un déficit educativo, salarios miserables, y que si algo faltara, perdieron autoridad moral y social. Es una estructura hiper burocratizada donde deben pasar gran parte del tiempo llenando planillas que nadie mira condicionada a su vez por la vigilancia y la extorción sindical.
Con la falacia de la inclusión se despilfarraron recursos en crear universidades que solo tuvieron un objetivo político, Aquí se demonizó el examen de ingreso y se inculcó la idea que ampliaba derechos e inclusión. En el año 2015, en una muestra mas de demagogia populista, el Congreso aprobó una ley que prohíbe a las universidades tomar examen de ingreso o cursos de admisión. Lamentablemente la educación que parece estar en boca de todos no forma parte del debate central en la Argentina. La política ensimismada en si misma. Días pasados, por citar solo un ejemplo, en la legislatura bonaerense se aprobó la elección indefinida de la clase política. Para ser justos, en la legislatura de nuestra provincia el panorama no es más alentador, tampoco en los cargos ejecutivos en ningún nivel. En el Gobierno nacional están mas preocupados por la “agenda woke” que la mayoría ni sabe de que se trata, además, como “buenos libertarios” creen que el desarrollo del país solo se circunscribe a una agenda económica.
El dueño de Techint, donde 7 de cada 10 aspirantes no pudo resolver un problema básico dijo “la crisis de la educación le impone un límite al desarrollo productivo e industrial de la Argentina”. Mas claro, agua. O ¿alguien cree que, si por ejemplo, en las pruebas APRENDER, el 95% de los estudiantes del nivel socio económico bajo no alcanza el piso mínimo en matemáticas, pueden esperarse inversiones sin el capital humano para sostenerlas? Entre el populismo anterior que dejó hipotecada al menos dos generaciones y este Gobierno que cree en el desarrollo del país como una cuestión meramente económica como si la calidad educativa e institucional no fueran requisitos indispensables para apalancar el progreso, estamos ante un verdadero colapso educativo. Para ser justos, hagamos un mea culpa, la propia sociedad mira para otro lado, es indiferente, como se la cuestión educativa no formara parte de las urgencias mas acuciantes.
Merece además, a tener en cuenta, una consideración no menor: el joven que no logra integrarse al mercado formal del trabajo queda mas expuesto al flagelo de la droga, del narcomenudeo, a los atajos, al juego, incluso hasta caer en el delito. En un trabajo de campo del sacerdote Rodrigo Zarazaga, sobre las expectativas en los barrios populares, la mitad dice “no tener futuro”
El recordado Tomás Bulat dijo “cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema, el saber rompe las cadenas de la esclavitud”. La educación, otra hipoteca que nos legó el populismo.