Había un voto oculto, vergonzante y no era para tapar a Milei, era para ocultar a Massa. ¿Sorprende? No tanto, es la Argentina, un país donde la sociedad fue colonizada por el populismo desde hace décadas. El populismo no es solo el truco perverso del pan para hoy y el hambre para mañana, no es solo sacrificar en el altar del corto plazo el largo plazo, no es solo generar una ilusión monetaria de cortísimo plazo para sacrificar la inversión y el crecimiento del largo plazo. Es por sobre todas las cosas una forma de pensar, un método, una serie de creencias, un modo de ver la vida, el poder, es un credo. Y Massa sabe como encarnarlo.
En ese marco, hay que poner en contexto el triunfo de Massa. Hagamos un viaje imaginario al corazón de una familia empobrecida, agobiada no solo por problemas económicos sino por un descalabro general en toda la estructura de expectativas vitales. Una combinación de deudas impagables, deterioro material de la vivienda, pérdida de empleo estable y de calidad, erosión de toda capacidad de ahorro, mala alimentación, deserción escolar, convivencia con la inseguridad, la violencia y la droga.
El 50% del país se encuadra dentro de esa situación. Lo primero que se pierde en ese contexto es la noción de largo plazo, allí se vive día a día. Se actúa con angustia y desesperación, a veces con rabia, otras con resignación. En ese paisaje social se encuentran familias desahuciadas que logran mantenerse a flote con la certeza de navegar sobre una tabla cada vez más precaria e inestable. Tienen un empleo tal vez en el Estado, reciben en educación, salud y transporte prestaciones públicas cada vez peores, totalmente degradadas, pero prestaciones al fin. No llegan a fin de mes, pero siempre aparece algún “plan trabajar” o “subsidio” con el cual van tirando. La inflación les saca diez por un lado, pero algún “plan platita” les devuelve dos por otro, no hay crédito para vivienda pero en algún momento aparece un Ahora 12 para comprar un celular, o un Previaje. Crea la falsa idea de que les están compensando, cuando la realidad es que encubre una gigantesca desigualdad.
El 50% de pobreza lo certifica. En esas condiciones se pierde la noción del largo plazo, esencia del populismo, el voto se vuelve conservador ya que se pierde la voluntad de cambio por miedo a que la cosa sea peor. Fue asertiva la campaña de Massa instalando el miedo, instaló en una campaña del terror desplegada en trenes y subtes, la semana previa a la elección, en la que decía que si ganaban Milei o Bullrich el boleto pasaría de 56 a 700 o 1000 pesos. Una campaña efectiva, corta y barata.
Las campañas en la Argentina no se ganan con hechos, se ganan con narrativas. Con nosotros el boleto es regalado, con los otros será carísimo es el mensaje, total no se dice que el regalo se paga con inflación, deuda y pobreza. La sociedad no ve la conexión entre los subsidios y la inflación. Y para eso Massa es el argento típico. En su discurso descubrió de repente la independencia del Poder Judicial, la educación pública, los valores institucionales, la seguridad y el orden, todas cuestiones devaluadas por su propio gobierno, del que El es parte constitutiva. Exalta la educación pública mientras esconde a Baradel, se presenta como defensor de la división de poderes cuando su fuerza se quiso llevar puesta a Corte Suprema, subraya el orden y seguridad en nombre de su coalición que enarbola el zaffaronismo, propone una inserción internacional inteligente cuando sus socios se abrazan a Maduro y le abren la puerta a Putin, habla de cumplir los compromisos, mientras el que encabeza su lista en diputados, Máximo Kirchner quiere romper con el FMI. Todo en Massa es un acting, pero le da resultado. Enfrente, difícil ganar con una sensata narrativa de austeridad y ajuste o con una motosierra.
La sociedad tampoco termina de ver con claridad el hilo que uno el yate de Insaurralde comiendo langosta y tomando Moet con un gato caro en Marbella con la falta de vivienda (en su distrito, Lomas de Zamora, una gran parte van a hacer sus necesidades a un pozo y van a buscar agua a una canilla pública en una esquina), de hospitales que son cáscaras vacías y donde faltan insumos elementales, la falta de seguridad, de escuelas. En aquel hogar empobrecido no hay recursos ni tiempo para conectar el sufrimiento con los efectos del populismo, la corrupción ética e intelectual desplegada desde el poder.
En el tránsito hacia el populismo se perdieron un conjunto de valores y creencias compartidas que funcionaban con un código común a partir de las ideas de la cultura del esfuerzo donde era importante estudiar, trabajar, ahorrar, hacer carrera, progresar, respetar la ley, cumplir con las obligaciones, cultivar el respeto por el otro. Todo eso hoy es relativo y opcional, la cultura populista los ha puesto en tela de juicio. Massa es ese verdugo populista, la sociedad o una parte no menor de ella viene premiando a esos verdugos, Si Massa gana, el quinto gobierno kirchnerista sería una evidencia de que al degollado le gusta el cuchillo.