La política es un esquema, un sistema, una estructura donde cada parte influye y se define por las otras, donde la identidad de cada sector se define en gran parte por la identidad del otro sector. Si se pone o saca una pieza el tablero se reconfigura. Es lo que sucedió con el anuncio de Macri. Con esa decisión, Macri hizo de una debilidad una fortaleza y amén de ordenar su partido y su espacio, fue un tiro que dio en la línea de flotación en el único punto que une a Cristina y Alberto: un mismo eje discursivo anti Macri. Para ellos Macri, no solo es la encarnación de la herencia maldita sino el demonio liberal y de derecha por venir.
Esa arquitectura identitaria del Frente de Todos basada en la contracara del otro, se acaba de resquebrajar, ya no sirve el sonsonete “ah, pero Macri”. No será candidato en las próximas elecciones. Quedaron expuestos, una mujer que busca una redención en el pasado, un hombre solo y acorralado por la realidad presente y un tercero que teme perder su futuro.
Esclavos de las consignas, ¿cómo van a defender sin el “ah pero Macri” los hoteles, los millones de los Kirchner y de sus secretarios, las aventuras de Lázaro y José “bolso” López, las democracias provinciales de Insfrán, Zamora, Alperocvich, el apoyo a las dictaduras de Maduro y Ortega, tragarse las candidaturas de Scioli y el mismo Fernández, la actual gestión de Massa y sigue la lista? Tampoco les alcanza los fenómenos globales como la pandemia y la invasión a Ucrania para excusarse ante el largo y atolondrado final de este cuarto gobierno kirchnerista, donde la historia contará que la inflación, el empobrecimiento y la inseguridad fueron los trazos más gruesos de su gestión.
Como si fuera poco, en el camino se fue diluyendo esa idea inoculada a gran parte del país por el propio peronismo en todas las épocas, que solo esa fuerza es capaz de gobernar bien un país.
Una gran parte de la sociedad comenzó a descubrir a partir de la gestión del gobierno del trío Alberto-Cristina-Massa que todo era un engaño. Como el kirchnerismo, una mentira bien contada. La crisis sigue creciendo y roza límites muy peligrosos. El Presidente celebró en público no tener un programa económico y ahora mira de reojo, como la única bala de plata que le queda, Massa, fracasa en su intento de evitar el desborde de los precios y la falta de dólares. El fracaso tiene cifras: pobreza en el 45% y una inflación que supera los tres dígitos. El empobrecimiento masivo y la falta de esperanza perfora todas las capas sociales.
Los hijos de clase media y alta emigran, los chicos pobres no tienen trabajo y los que lo tienen es precario. Más allá del “publicitado Rosario”, los delitos contra la propiedad, la inseguridad y el narco se expanden como una mancha de aceite en todos los rincones del país.
El divorcio del trío gobernante con la sociedad se explica en parte por la calamitosa gestión. Pero también por la tenaz perseverancia en los egos que enajenan a los socios de la coalición. Un botón de muestra: es tan insignificante el poder presidencial que Fernández se entero de la intervención de Edesur por parte de Massa a través de los diarios. En el sinsentido converge el trío gobernante. El Presidente persiste con su plan de reelección. Massa se tiró a la pileta de la economía creyendo que con sus medidas más o menos ortodoxas podría controlar la inflación. El déficit es tan ingobernable como los precios.
El ministro que soñaba con ser candidato enfrenta peores enemigos de lo que imaginaba: el kirchnerismo duro lo critica, pero en privado le ruega que cargue el ajuste a su propia cuenta, mientras el albertismo se burla de él tras las cortinas de la Rosada. Celebran su propia desgracia. Así de patológicos son. Y Cristina abstraía por sus propios problemas judiciales. Presa del arrebato emocional, dio su palabra, no será candidata a nada. La proscripción es un argumento escrito en agua. En parte, la debilidad del trío gobernante es la separación de sus realidades de la realidad del resto de los argentinos. Sobre llovido, mojado, ahora se quedaron sin el “ah, pero Macri”.