Una aclaración previa: pido disculpas por romper una de la reglas del periodismo. En esta columna, se mezclan muchas cosas, sentimientos encontrados, personales, y voy a ser autorreferencial.
Por José Mayero
De Messi pueden hablar por si solo los 20 años que lleva en el primer mundo del futbol. Rompió todos los records, el es un record en sí mismo. Nadie ha hecho tantos goles en la Liga Española, ni nadie ha hecho tantos goles con la camiseta del Barsa, ni nadie ha hecho tantos goles con la celeste y blanca, que son más que los que hizo Batistuta y Maradona. Había ganado la Copa América. Para muchos no alcanzó. Le quedaba la deuda de no haber ganado un Mundial, dijeron tantos “a Messi le falta un Mundial”. No dejó de batir records, pero dejamos de disfrutarlo en toda su magnitud por la eterna comparación con Maradona. Hasta se llegó a la imbecilidad en este Mundial de asemejarlo: “Messi se maradoneo” afirmaron.
Uno de los problemas en que Messi nos mete es que se terminan los repertorios de cosas que pueden decirse de él. 800 partidos en el Barsa, 700 goles. 171 partidos en la Selección y 96 goles. 33 títulos con su club, 5 Balones de Oro y 5 Botas de Oro. Pero, nos debía, o muchísima gente cree que Messi nos debía algo. A los argentinos, justo a nosotros, que andamos por el mundo debiendo a cada santo una vela y que tropezamos circularmente con un default cada vez más seguido, le tiramos a Messi por la cabeza que no había ganado un título con la Selección. Con la mayor, porque fue campeón juvenil y oro olímpico, pero para el ser nacional, cuenta poco, importa el titulo mayor, el Mundial. Maradona nos había pagado y Messi no.
Lo tratamos como a un deudor moroso y nos sentimos acreedores de ese gigante, de ese crack que el mundo admira y elogia y aquí, con esa típica soberbia nativa, nos atrevemos a cuestionar. Todo lo fantástico que había conseguido quedaba neutralizado porque con él Argentina llegó a tres finales y no las ganó. ¿Las había perdido él? La suerte y la mala suerte juegan en el futbol. Pero a Messi es al tipo al que le reprochamos cosas como esas, al que hicimos enojar. Sufrió tener que formarse en España, a 12 mil kilómetros de Rosario, el lugar donde nació y al que siempre vuelve. Hizo un enorme sacrificio que lo marcó para siempre, vivió más años allá que aquí, pudo jugar para España, pero eligió jugar con la camiseta argentina.
Messi es el tipo al que muchos grandes cargan de reproches, pero al que los chicos adoran. Es callado, tímido, familiero. No es fanfarrón, provocador, no se pavonea en el jet set, no apoya a dictadores como Maduro. Dona respiradores que la burocracia argentina los perdió, abrió su restaurant para dar comida y abrigo a infinidad de personas vulnerables, pero no integró la mesa del hambre como los tinellis, carlotos, juan carrs y compañía. Hace su trabajo y es el mejor. Como decía otro grande, Fangio, “lo importante no es llegar, sino mantenerse y no creérsela”. Messi llegó, se mantiene y no se la cree. Bajo perfil. Tal vez por eso, nuestros reproches, nuestra incomprensión, nuestra falta de reconocimiento, le falta eso tan argentino que es nuestro ser nacional.
No soy futbolero y hace tiempo perdí la pasión por ese deporte. Tuve sentimientos encontrados, me hace ruido esa dirigencia corrupta del fútbol y la presión del Gobierno por apropiarse de algo que no es suyo, pero tenía un deseo descomunal porque se gane este Mundial, por Messi, por el técnico, por ese equipo formado con los mejores, no con los amigos. Tuve una formación que la mayoría de las veces me lleva a estar contra la corriente general en esta sociedad que me toca vivir. Messi se parece mucho a lo que mi familia me enseñó: no era necesario cagarse a trompadas en la cancha, no era necesario insultar a periodistas, no era necesario decir “la tenés adentro”, no era necesario ser grosero, no era necesario escupir banderines ajenos, no era necesario drogarse, no era necesario maltratar mujeres, no era necesario darle agua contaminada a los rivales. La argentinidad al palo.
El triunfo de esta Selección, el triunfo de Messi es la de los valores que me enseñaron mis padres: el triunfo de una Argentina amable, ubicada, respetuosa, modesta, humilde, paciente, donde las cosas se consiguen con dedicación, esfuerzo, trabajo. Donde el merito vale. Messi nunca se rindió, lo maltrataron, lo insultaron. Mis padres me enseñaron el camino largo, el más difícil, no el atajo, no la trampa, en el que hay que estudiar, preparase, llegar siempre antes e irse siempre después. Jugar todos los partidos como si fuera una final del mundo. Hoy esos valores no están de moda. Messi reivindicó ese modelo, porque demostró que por más grande que sea, también se puede perder siendo Messi. Pero, como me enseñaron, si haces las cosas bien, si estudiás, si te preparás, si te formas, si te rodeas de buena gente, en algún momento la recompensa llega. Messi la merece. Y ahora que ganaste un Mundial, no es que te perdonamos, perdonanos vos. No es que le debías algo al fútbol, el fútbol te lo debía a vos.