En la década del 60 en la Universidad de Stanford se realizó la prueba de la golosina. Se le ofrece a un chico una golosina y se le da la opción de comerla de inmediato o, si espera quince minutos, comer dos. El autor austríaco Walter Mischel realizó un experimento sobre gratificación retrasada y descubrió a través del Marshmallow Test, también conocido como Prueba del Malvavisco que aquellos niños capaces de esperar y en consecuencia comer dos golosinas, les fue mejor en la vida, tuvieron mejores puntajes de ingreso a la universidad, mayor autoestima y umbrales de frustración más altos que quienes cedieron a la tentación inmediata.
Los argentinos tenemos una relación enferma con el tiempo, la riqueza, el dinero: creemos que nos merecemos todo, la riqueza, el dinero aún antes de trabajar y ahorrar para producirla. “El argentino camina todo el tiempo delante de sí mismo” escribió Ortega y Gasset. Sin embargo no hay caso en la historia económica mundial de un país que haya llegado al desarrollo sin largos periodos de inversión alta, fuerte ahorro interno y un Estado que gasta no más de sus posibilidades. Con esta fórmula sencilla y racional (esperar quince minutos y comerse dos malvaviscos en vez de uno) muchos países han aumentado sustancialmente su nivel de vida. Es lo que han experimentado un abanico de países que van desde Alemania a Corea (la buena). Contra toda evidencia empírica, Argentina se empeña en ser la excepción. Y así no le va bien, las crisis recurrentes evidencian como cíclicamente se repiten las mismas cosas. Si alguien en los años 50 hubiera pronosticado que Corea iba a superar por amplio margen el nivel de vida de la Argentina lo hubieran encerrado por extravío mental, sin embargo mucho antes del año 2000 en ese aspecto Corea nos gana por goleada. Lo mismo vale para las naciones europeas a las que se asocia con un alto gasto público. Pero se desconoce que este es mucho más bajo que el que está en el imaginario, veamos un par de ejemplos: Francia es el que tiene un gasto público en términos de PBI más alto de Europa, el 35% y es el modelo más estatista del viejo continente. Y la Alemania del “milagro alemán” gasta menos, el 30% del PBI. Ya en el continente asiático, el otro milagro, Japón no supera el 25% del PBI. En nuestro país ese guarismo trepa al 45, o sea, el Estado gasta casi la mitad de todo lo que producimos. No es nuevo, si nos remontamos a la historia Argentina salió de manera forzada del modelo agroexportador en los años 30, montó una versión muy poco sustentable de industrialismo sustituidor de importaciones y desde entonces se ve envuelta en un conflicto distributivo sin salida a la vista. La constante inflación es el emergente de este proceso de crisis crónica, mientras su causa es una sociedad que en todos sus niveles no acepta iniciar un proceso de desarrollo serio, sacrificado y de largo plazo y vive anclada en el imaginario de un país rico que hace mucho no existe, al que solo habría que hacerle pequeños ajustes o bien redoblar la opción populista totalmente insustentable. Comer el malvavisco y no esperar quince minutos para comer dos.
Todas las naciones que hoy son sinónimo de crecimiento, bienestar, equilibrada distribución de la riqueza han pasado esos largos procesos de ahorro interno y formación de capital (acumulación). Esperaron los quince minutos. En todas ellas se priorizó por acuerdo de todos los actores políticos, sociales, sindicales, empresariales, hacer ese esfuerzo y postergar el consumo. Medido a gran escala el éxito de esperar los quince minutos se puede ver en China, que ya superó la etapa de acumulación dura y está pasando a la de hacer crecer el mercado interno, los salarios y el consumo. China muestra tasas altísimas de inversión de hasta el 50% del PBI, fuerte ahorro interno (aunque Japón es el líder en esa liga) y acuerdo social para que el trabajo no suba por encima de la productividad. Párrafo aparte, China es una dictadura temible y es tema de otro análisis. Pero en términos económicos aplica una formula sencilla y lógica: el gasto publico es moderado, lo cual no significa un Estado ausente y menos aún débil, más si hablamos de China. Ejemplos trasladables a Japón, Corea, Canadá o Australia, Chile y siguen las firmas. Tomando de nuevo el ejemplo de China, pese a ser la potencia número uno si se mide el PBI por Paridad de Poder de Compra (PPP), a tener enormes reservas de divisas, en materia de gasto público, el mismo está en el promedio del 25 del PBI. Todas las naciones que hoy son sinónimo de bienestar han pasado por largos procesos de ahorro interno y acumulación de capital. La norma general es que las naciones emergentes no superan el 30% de gasto público y cuando finalmente lo exceden levemente ya son sociedades plenamente desarrolladas. Volvamos al caso Chino: antes de la crisis internacional del 2008 el gasto público no llegaba al 25%, incluso llegó al 2010 por debajo de ese guarismo. Pero, ante la caída de la demanda externa, desde entonces aumentó su gasto llegando a un pico del 32% en el 2015, desde entonces lo baja nuevamente en forma gradual. Argentina en la década pasada pasó de un 28% a un 48% sin escalas de gasto público sobre el PBI lo que llevó a un déficit fiscal indomable y consecuentemente una inflación ya crónica. Aquí nos cuesta entender lo obvio. Una y otra vez, chocamos con la misma piedra. Nos queremos comer el malvavisco de entrada y no esperar los quince minutos para comernos dos.